Extremadura

Ucranianos en Extremadura: un viaje de 7.200 kilómetros hasta Aljucén para sobrevivir

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Lo primero y prácticamente lo único que tartamudea Angélica, de 30 años, en español es «muchas gracias». Lo repite en un par de ocasiones pero, la verdad, tiene pocas ganas de hablar. Su mirada irradia una tristeza infinita que solo desaparece cuando acaricia a sus hijos, Román, de 8 años, y Daniela, de 5. “Está bloqueada, está bloqueada”, interviene la suegra, Olena, mientras la hija, la hermana -la suegra Liana, cuenta cómo salió de Barcelona y llegó a Extremadura cuando Putin envió a su ejército a invadir Ucrania el 24 de febrero.

“Pensamos que teníamos que ir allí y que vinieran a Aljucén, huyendo de la guerra. Mi hermano no puede porque está en el ejército, pero teníamos que pensar sobre todo en los niños”, resume Liana. Una maleta de 20 kilos, llena de un par de camisas, blusas, pantalones y medicinas, fue el equipaje limitado que llevó Angélica cuando salió de la casa en Kamianets-Podilski, dejando a su esposo (también su madre y su hermana), y vino con el pequeños en España.

Para ello, tuvieron que sortear una salida fácil de Ucrania y un cruce fronterizo en Polonia, abrumados por refugiados y desolados con la única esperanza de encontrar algo mejor en un país europeo… a costa de tener que dejar parte del país, su vida y su familia en un país en guerra. En este momento, se estima que dos millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares y territorio.

Sentados en el salón de una casa de planta baja en un pueblo de 250 habitantes a 10 kilómetros de Mérida, la familia reunida comparte ahora su vida con Paco Javier, marido de Olena Valyarovska desde hace 20 años. Es padre de Liana, de 20 años, y Lidia, de 16, alumna del IES Saénz de Buruaga de la capital extremeña.

Portugal, el comienzo

La historia de un vecino ucraniano en Aljucén, ahora más conocido que nunca, comienza cuando Paco y Olena se conocen en Portimão, Portugal, cuando él trabaja en Ferrovial y ella de camarera. Una enfermedad hizo que el vecino de Aljucén se instalara definitivamente en su ciudad. De un primer matrimonio en Ucrania, Olena, que está a punto de cumplir 51 años, tiene a Volodímir, el marido de Angélica, y a Pablo.

Su ciudad es Kamianets-Podilski, en el suroeste del país. A unos 300 kilómetros de la frontera con Polonia. “Hace mucho tiempo que no voy y me temo que ahora va a tardar más, a pesar de que tengo a mi mamá ahí”, dice Olena antes de comenzar el relato de cómo recorrieron 7.200 kilómetros, ida y vuelta, para recoger a su nuera y dos nietos, una ciudad polaca, Medyka, que desde hace días acoge a miles de refugiados que parten de Ucrania.

“Cuando Rusia comenzó la invasión, mi hija y yo hablamos. También lo hicimos con mi hijo. No podemos comunicarnos mucho debido a la guerra, pero lo hacemos de vez en cuando. Pensamos que lo mejor era que Angélica y los niños se fueran de la ciudad, del campo, y con eso nos llevamos bien”, dice.

«Vengo enseguida de Barcelona, ​​llegué a Aljucén y cogimos el coche en dirección a Medyka, la frontera polaca donde íbamos a recoger a Angélica y los niños. El viaje fue fácil hasta Alemania pero a partir de ahí, y más cuando entramos en Polonia, nos encontramos con un montón de controles. Los mismos que tuvieron que enfrentar a Angélica y mis nietos”, dice Liana.

Angélica es costurera. Antes de la invasión rusa, trabajaba en una empresa textil propiedad de un empresario turco. Su marido, Volodímir, militar, lleva ocho años bajo tensión. «En Ucrania, la guerra no es solo ahora, hemos estado en guerra durante ocho años», dice Olena. Se refiere a que el conflicto con Rusia estalló en 2014 cuando Putin se anexionó Crimea y alimentó la separación de dos regiones ucranianas, Donetsk y Lugansk, con un importante peso de población prorrusa.

De vuelta a la escuela

“Es muy difícil ver cómo es Ucrania. Un país occidentalizado, desarrollado, densamente poblado y con un ritmo de vida europeo. No nos dejaron seguir”, dice la ucraniana de Aljucén mientras su voz se interrumpe y derrama algunas lágrimas.

“Cuando decides que es mejor dejar de pensar en los niños, es porque la situación es grave. Todavía no han caído bombas en mi ciudad, pero la angustia es terrible por las alarmas de los bombardeos. El cielo siempre está gris. Y no me refiero a tiempo a solas. Hablo de la vida en las calles, donde hay toque de queda, y en las casas, donde las familias apagan las luces para no dar pistas al invasor de que allí vive gente.

“No pensé que invadirían mi país. Nunca. No se me pasó por la cabeza a pesar de que la situación había empeorado desde hacía unos meses”, agrega, tras la traducción de su suegra, Angélica. Recuerda que al principio quería quedarse en el campo, para poder estar con su esposo, aunque admitió que los niños saldrían para evitar un peligro mayor. Sin embargo, su familia le mostró que los niños no podían estar sin su madre y que tenía que irse de viaje a Extremadura, España.

«No pienso más allá del día a día. No si podré ver a mi marido, o si podré volver. Solo pienso en el día a día aquí», concluye. suegra dice que quiere trabajar.»Extremadura, España ha demostrado que apoya al pueblo ucraniano, siendo muy solidario. Toda Europa está con nosotros. Esperamos que siempre sea así», aclara Olena mientras se le ilumina la cara , incluso sonríe, cuando le preguntan cuándo irán a la escuela Román y Daniela.

«El lunes 21 empiezan en el colegio de Aljucén (Pedro Prieto Gonzálvez, con apenas 10 niños en sus clases). Y yo seré el profesor-traductor”, apunta alegre. Vuelve así a su pasión, a lo que era su oficio. Olena ha sido maestra durante 13 años. Luego empezó a trabajar en una agencia de viajes. Y luego se instaló en España huyendo de un marido ucraniano que la maltrataba. “Mi vida no ha sido fácil, pero aquí estoy”, concluye.


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