Desesperadamente casado ya la espera de que se celebre su funeral político (parece dispuesto a seguir como zombie por un tiempo), todos miran a Alberto Núñez Feijóo. La gran pregunta que hay que hacerse es si el presidente gallego ayudará a frenar la sangría de votos del PP a Vox y se presentará como gobierno alternativo a Pedro Sánchez en las próximas elecciones. Para el votante desilusionado con la corriente de la gente durante el mandato de Rajoy, Feijóo puede representar más lo mismo, ese personaje típicamente gallego que no parece muy atrevido y no despierta el entusiasmo de toda la circunscripción del PP. Su gestión al frente de la Xunta será objeto de acalorados debates entre quienes dan la bienvenida a una apuesta identitaria que resta protagonismo -y votos- a los partidos regionalistas y nacionalistas de derecha y quienes creen que el partido ha perdido su ADN, por anteponiendo los intereses locales a los nacionales en cada región, lo que propicia el crecimiento de Vox. Cierto es que no es en absoluto comparable a la entrega del PSOE, y mucho menos de Podemos, a la causa nacionalista periférica, sea la que sea, vasca, asturiana, valenciana, navarra o andaluza, que llega al poder tocando el poder programa y las demandas más extravagantes de los partidos que quieren romper el modelo constitucional. Pero aunque todavía no se ha llegado a estos extremos, el elector español que ha dejado de votar por el PP, frustrado por la forma en que el Gobierno de Rajoy ha afrontado el ‘procés’ y la aplicación del artículo 155 de Feijóo, no encontrará a su candidato ideal. Este prófugo de las siglas Peperas apostó por Isabel Díaz-Ayuso, que por el momento está inhabilitada para participar en la carrera sucesora. Sin embargo, dejando a un lado los debates sobre la España de Feijóo o la España de Ayuso, es evidente que el PP debe cambiar el rumbo cuanto antes, poner fin a la crisis y reagruparse en torno a una nueva figura que inspire confianza en la victoria, un espíritu que con Casado no era t allí antes de que estallara el último escándalo que pondrá fin a su presidencia. Entre Soraya Sáenz de Santamaría -contaminada por su proximidad a un rajoy que salió por la puerta de atrás de las calles Moncloa y Génova- y Pablo Casado, la militancia eligió un mirlo blanco que no era tan blanco. Ahora confían en un veterano de larga trayectoria, varias mayorías absolutas en su Galicia natal y unas relaciones personales tóxicas que resurgirán con grandes titulares en las próximas semanas. Pero eso no le impidió ganar las elecciones.
Comments