«Todavía recuerdo el sonido de las cañas quemándose». El próximo viernes 23 de septiembre se cumplirá una década desde el inicio de uno de los incendios más insaciables que ha vivido la provincia de Valencia en los últimos tiempos. Unas 5.500 hectáreas se quemaron en la región de los Serranos y miles de personas tuvieron que desalojar sus casas a gran presión. Diez años después, la lección que dejó el incendio de que es importante cuidar el medio ambiente y prepararse para que los incendios tengan el menor impacto posible sigue sin respuesta.
Abelardo Martínez es agricultor y una de las pocas personas que optó por quedarse en su pueblo de Bugarra, a pesar de la recomendación de marcharse antes de que llegaran las llamas, que arrasaban a toda velocidad: “Estábamos en el Bous al Carrer y olíamos a humo que estuve en Chulilla. Eran las cinco y media de la tarde y calculamos que el fuego podría estar entre nueve y diez millas de distancia. Pues a las nueve de la mañana ya los había superado por el fuerte viento de poniente entre 70 y 80 kilómetros por hora y lo teníamos con nosotros”, explica este vecino.
En ese momento, y en medio de momentos de gran tensión porque no se sabía cómo evolucionaría el fuego, se iniciaron las labores de evacuación de los vecinos con destinos de pernocta como el Polideportivo de Vilamarxant. Abelardo fue uno de los pocos que, a pesar de los consejos y peticiones de marcharse, decidió quedarse en su ciudad a ver qué pasaba, “pero aunque hubiésemos querido no nos habríamos podido ir porque la Guardia Civil nos dijo que pinos había caído en las dos salidas de la ciudad hacia Gestalgar y Pedralba. La noche era dantesca, parecía que estábamos en el mismo infierno».
Afortunadamente, y aunque algunas empresas privadas resultaron dañadas, la cooperativa agraria, base económica del municipio, capaz de abastecer 28 millones de kilos de productos como la naranja, no sufrió las consecuencias de las llamas de aquellos días de septiembre que aún se recuerdan en la comarca de los serranos.
Martínez, de 59 años y con años de experiencia a sus espaldas, insiste en que la agricultura y la milpa deben seguir siendo «el mejor cortafuegos posible». Si seguimos así sin darle a la agricultura la atención que merece, el fuego llegará a las grandes ciudades”, pronosticó.
“El agricultor es el único que se preocupa por el medio ambiente, aunque podemos ganarnos una mala reputación si usamos productos peligrosos… No es así”, insiste con vehemencia.
Pero es muy complicado, explica este agricultor, que no se abandonen los campos si la naranja, que sigue cultivando laboriosamente, se sigue vendiendo a once céntimos el kilo y la ve al por menor a 1,50 euros. Además, el agricultor valenciano “compite con naranjas de terceros países que aquí se importan con productos que hace tiempo que no utilizamos”.
Hay que tener en cuenta que el fuego arrasó con unos algarrobos centenarios que ardieron durante varios días, cuyos restos aún se encuentran en la zona y podrían convertirse en un combustible más para una propagación más rápida de las llamas en caso de un nuevo incendio. Aunque no eran la base de la economía, este agricultor recuerda que en su momento “recogía entre 1.000 y 1.200 kilos de semillas de algarroba. Eso sería dinero hoy.
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