Ceuta y Melilla

Ceuta y Melilla, la inmigración y el Sáhara

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Marruecos ha abierto tres frentes contra España. Y lo ha hecho poco a poco, de forma taimada y sibilina. Prevaliéndose además de la crisis del coronavirus. Primero puso el foco en Ceuta y Melilla, donde desde hace meses lleva a cabo una estrategia de asfixia económica con el objetivo de anexionarse las dos ciudades autónomas españolas.

Después levantó la mano en sus controles migratorios, lo que ha conllevado una avalancha incesante de inmigrantes a las costas españolas (principalmente a Canarias).

Y el tercer punto de presión está íntimamente vinculado al anterior: el conflicto con el Frente Polisario. Un asunto que obliga a España a posicionarse. Aunque desde Rabat restan importancia a la declaración de guerra de los saharauis, en realidad aprovechan el problema para medir el nivel de apoyo que reciben desde Madrid. Y según sea mayor o menor el soporte del Gobierno español en este dilema, amplían o reducen la vigilancia sobre el control de sus fronteras y la consecuente monitorización migratoria.

La de España y Marruecos siempre ha sido una vecindad compleja. Hay que resaltar que nuestro vecino africano siempre ha tenido un peso específico en nuestra política Exterior. Sin embargo, parece que ha dejado de ser una prioridad para el Ejecutivo actual.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cambió la tradición a su llegada a la Moncloa en junio de 2018, tras ganar la moción de censura a Mariano Rajoy. Lo habitual es que el primer viaje internacional, nada más tomar posesión, de un jefe del Ejecutivo español sea a Rabat, y que tenga audiencia con el rey de Marruecos, pero Mohamed VI alegó entonces una agenda apretada.

El gesto no sentó bien a Pedro Sánchez, que quiso marcar terreno y, a las tres semanas de prometer el cargo, viajó a París, a estrechar la mano del presidente francés, Emmanuel Macron. En el Palacio de la dinastía alauí se tomó nota y las relaciones políticas, sociales y económicas cambiaron. Sánchez y Mohamed VI se vieron finalmente en noviembre de 2018, pero desde entonces hasta hoy sigue notándose ese cambio de rumbo.

Ceuta y Melilla

El conflicto en las ciudades autónomas lleva gestándose desde hace meses. Mohamed VI ha aprovechado la crisis económico sanitaria de la Covid-19 para acelerar un plan que ya había diseñado con antelación.

El 12 de marzo anunció el cierre de las fronteras terrerestres con Ceuta y Melilla para luchar contra la pandemia del coronavirus. A las 6 horas locales del 13 de marzo se echaron las verjas.

Ocho meses después las cancelas siguen impidiendo el trasiego habitual en los puestos fronterizos españoles con Marruecos. Miles de personas sufren atrapadas a un lado y al otro de las vallas. En Ceuta y Melilla, la economía se resiente, el paro crece, la mano de obra escasea y los empresarios se quejan. En Marruecos miles de porteadoras buscan recolocación y los trabajadores transfronterizos se han quedado sin empleo y sin ayudas a pesar de tener contratos en vigor con empresas españolas.

Tal y como informó Sonia Moreno se trata de un plan diseñado y previsto un año antes, que no había cuajado por no estar disponibles las empresas donde se tenía intención de recolocar a los porteadores, y que la Covid-19 precipitó.

Las relaciones entre ambos países siempre han estado marcadas por la existencia de conflictos cíclicos, por la rivalidad entre Marruecos y Argelia por la hegemonía regional y por la competencia entre Francia y España por ejercer su influencia en el Magreb, tal y como recuerdan desde el Real Instituto Elcano.

Porteadores en la frontera marroquí con España.


Porteadores en la frontera marroquí con España.

S.M.

Desde el reino alauita reclaman desde hace décadas la soberanía de todas las posesiones españolas en el norte de África: Ceuta, Melilla y un conjunto de rocas y promontorios situados frente a la costa marroquí.

Pero ante este nuevo escenario Marruecos, que considera que el Gobierno de España atraviesa una situación de debilidad, está librando una guerra silenciosa en salones enmoquetados y a través de medidos gestos diplomáticos. Fuentes de la Inteligencia española y autoridades locales de Ceuta y Melilla consultadas por EL ESPAÑOL advierten de que Marruecos está aprovechando lo que a su juicio es una supuesta «debilidad» del Gobierno de Pedro Sánchez para continuar con su histórico anhelo de anexionarse «a largo plazo» ambas ciudades autónomas, tal y como informó Andros Lozano.

En un documento confidencial al que tuvo acceso este periódico se detalla que Marruecos, dentro de su estrategia de política exterior, lleva «aproximadamente dos años» intentando asfixiar las economías de Ceuta y Melilla, unos hechos que este medio ya ha puesto de relieve en los últimos meses.

Esta maniobra se habría acentuado desde marzo de 2020, cuando la pandemia se convirtió en la excusa perfecta para cerrar ambas fronteras. El objetivo último sería el de hacerse con ambos territorios. «Marruecos sigue con su campaña de aumentar la presión diplomática sobre las ciudades de Ceuta y Melilla, sin dudar en plantear amenazas y futuros litigios», señala el documento.

Rabat lleva más de 60 años demostrando su interés en hacerse con los dos únicos territorios que España tiene en el continente africano. El país de la dinastía alauí considera que Ceuta y Melilla le pertenecen, aunque nunca estuvieron bajo su bandera.

La inmigración

Desde le perspectiva migratoria, Marruecos es el país de atención prioritaria para España, no sólo porque la comunidad de origen marroquí constituye la más numerosa de entre los diferentes grupos de inmigrantes extracomunitarios en el país, sino por el papel de Marruecos como país de tránsito de la inmigración que intenta entrar irregularmente en Europa a través del Estrecho de Gibraltar o de Ceuta y Melilla.

Como señalan desde el Real Instituto Elcano, la inmigración marroquí es la más antigua de las migraciones por motivos laborales que ha recibido nuestro país. Comenzó a mediados de los años 80 del siglo pasado cuando inmigrantes marroquíes comenzaron a asentarse en zonas de agricultura intensiva y de regadío en el litoral mediterráneo español, primero en Cataluña y después en la Comunidad Valenciana, Murcia y Almería.

Con la Ley de Extranjería de 2000, que concedía incentivos a los inmigrantes irregulares para empadronarse, afloró el número de extranjeros residentes en España

En esos primeros años, la inmigración marroquí, como la de cualquier otro origen nacional, se encontraba con un vacío legal y, a partir de 1985, con una norma migratoria meramente restrictiva que no ofrecía canales verosímiles de inmigración legal. Hasta 1991, la entrada en territorio español era fácil para la población marroquí, a la que no se exigía visado, al igual que a los ciudadanos de otros países norteafricanos. A partir de ese año se impuso el visado para esas poblaciones como resultado de la adhesión de España al Convenio de Schengen.

Sin embargo, la irregularidad continuó siendo la norma ante la demanda de trabajadores en el sector agrícola (abandonado poco o poco por los españoles), así como la falta de vigilancia en las fronteras marítimas españolas, la ausencia de canales de inmigración legal y la práctica inexistencia de control policial o de inspección laboral sobre el trabajo irregular. Por ello, durante los años 90 miles de jóvenes marroquíes, varones en su gran mayoría, cruzaron el Estrecho de Gibraltar en pateras y encontraron trabajo en España en la agricultura y la construcción.

Sólo a partir de la Ley de Extranjería de 2000, que concedía incentivos a los inmigrantes irregulares para empadronarse, afloró estadísticamente el número de extranjeros  residentes en el país. También en los años 2000-2001 se produjeron en España las primeras grandes operaciones de regularización de la inmigración irregular acumulada tras años de inadecuación del marco normativo a la realidad migratoria. Así, en 2002 se encontraban residiendo en España 370.720 inmigrantes marroquíes, el mayor grupo nacional de extranjeros con gran diferencia.

Ahora, la mayoría de los inmigrantes que están llegando en los últimos meses a Canarias proceden de Marruecos pero también de Argelia (aunque también hay de Guinea Conakry, Senegal, Mauritania, Nigeria o Mali, entre otros países). La ruta canaria ha recobrado protagonismo en este 2020 como consecuencia del férreo control policial que existe en el Estrecho y en el Mediterráneo central.

Inmigrantes subsaharianos que llegaron a bordo de un cayuco el pasado día 15 a la isla de El Hierro.


Inmigrantes subsaharianos que llegaron a bordo de un cayuco el pasado día 15 a la isla de El Hierro.

Efe

El drama mayor se está viviendo en la isla de Gran Canaria. El foco está puesto en el muelle de Arguineguín. Allí se han instalado actualmente una veintena de carpas donde distribuir a los inmigrantes una vez ponen un pie en tierra. La mayoría de las pateras salen de las costas marroquíes, donde se está haciendo la vista gorda.

Las islas Canarias viven la peor crisis migratoria de la última década. Si no se remedia, se convertirá en la más grave de lo que va de siglo antes de que acabe el año. La anterior crisis, la denominada crisis de los cayucos que tuvo lugar en el año 2006, cuando llegaron a las costas de las islas Canarias más de 31.000 inmigrantes, se quedará pequeña a poco que continúe la actual tendencia.

En el muelle de Arguineguín se concentran desde hace semanas en torno a dos millares de inmigrantes. En lo que va de 2020 han llegado ya a las islas Canarias de manera irregular en torno a 18.000 personas. Centenares de ellas están siendo instaladas en hoteles de la isla por la imprevisión de las autoridades para habilitar espacios de acogida, tal y como informó Andros Lozano el pasado 15 de noviembre en este periódico.

El Sáhara

La actual contienda en el Sáhara Occidental, que no está claro si merece el nombre de guerra, es un típico conflicto contemporáneo, muy del siglo XXI, donde lo que se dirime no son hechos de armas -hasta ahora escasos- sino la batalla por el relato, tal y como explicaba para la agencia Efe Javier Otazu.

Comenzando por su definición, el Frente Polisario proclamó solemnemente el sábado una «declaración de guerra», una palabra que Marruecos no ha utilizado en ningún momento, minimizando los hechos hasta el punto de calificarlos de meros «hostigamientos» o «provocaciones».

Ni siquiera Marruecos ha reconocido formalmente que está roto el alto el fuego vigente desde 1991, y este mismo lunes el ministro marroquí de Exteriores, Naser Burita, expresó «el compromiso de su país con el alto el fuego», en conversación con Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea (UE).

Los hechos

La verdad de lo que sucede en el «frente de combate» está resultando escurridiza, pues las versiones que uno y otro contendiente ofrecen no presentan casi puntos de coincidencia.

En sus tres «partes de guerra» el ministerio de Defensa de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) afirma haber atacado varias bases marroquíes o puestos de observación (seis durante el domingo), pero Marruecos sólo ha reconocido dos ataques en los que ha habido intercambio de fuego: en Guerguerat, el viernes, y en Mahbés, en algún momento posterior.

Los partes de guerra saharauis hablan además de «varios muertos, heridos y deserciones» del lado enemigo, a lo que los marroquíes replican que no han sufrido «ni pérdidas materiales ni humanas».

Una mujer soldado saharaui porta una bandera de la República Árabe Democrática del Sahara.


Una mujer soldado saharaui porta una bandera de la República Árabe Democrática del Sahara.

En realidad, Marruecos es fiel a su política de restar importancia a todo lo que tenga que ver con el Frente Polisario, al que siempre ha negado toda legitimidad para hablar en nombre de los saharauis, y la minusvaloración de sus ataques abunda en la misma lógica que la de llamar «milicias» a los combatientes del frente.

Ante el silencio de la misión de la ONU desplegada en el Sáhara (que dispone de helicópteros y todoterrenos con derecho a atravesar las líneas), es difícil poder contrastar lo que unos y otros afirman.

Los canales

Los «partes de guerra» del Polisario son formales, casi solemnes, al recogerse en comunicados oficiales, y tienen una particularidad: los dos primeros vinieron precedidos (en su versión árabe, que no en la española) por aleyas del Corán, algo que rompe con la cultura tradicionalmente laica del Frente.

Marruecos, tras una profusión de comunicados el viernes, se ha refugiado en el silencio, y sólo una cuenta de Facebook llamada «FAR-Maroc» ejerce oficiosamente de portavoz militar para rebatir de tanto en tanto las afirmaciones del Polisario, siempre en el mismo sentido: menospreciar los ataques.

Esta cuenta posteó el lunes un comentario en el que calificaba los partes de guerra del Polisario de «bengalas mediáticas para tranquilizar a sus campamentos (de refugiados)».

Sea cual sea el alcance de los enfrentamientos, una cosa es innegable: son los más graves registrados en la zona desde que en 1991 se declaró el alto el fuego, vigente durante casi treinta años.

¿Hay muertos?

Es sabido que en las guerras es la visión de los ataúdes envueltos en banderas la que pone en los ojos de los ciudadanos el sufrimiento de los combates. Pero en la contienda del Sáhara no se ha visto ningún muerto, ni de un lado ni de otro; es más, ni siquiera se han visto heridos. Ha sido el Polisario el que con más ahínco ha afirmado a diario que ha causado víctimas al enemigo, algo difícil de creer salvo que muestren el cadáver o aparezca un féretro.

Peligra el alto el fuego en el Sáhara: Marruecos y el Polisario desempolvan las armas tras 19 años


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Marruecos, que comenzó anunciando el viernes «una operación pacífica» para desalojar Guerguerat, ha considerado que sus militares no han hecho en los días siguientes otra cosa que responder a las «provocaciones», y hasta el momento no ha mencionado ni una sola víctima.

Arden las redes

Y mientras el relato toma direcciones contrapuestas en la parte oficial, las redes sociales arden, con unos niveles de hostilidad y odio mucho mayores que los que utilizan los propios contendientes.

Son numerosas las cuentas que desde el extranjero -y particularmente desde España- están entrando en esta guerra cibernética, con perfiles reales o refugiándose en cuentas anónimas. Muchos de estos contendientes no han puesto nunca un pie en el Sáhara ni en Tinduf.

Desde estas cuentas, es constante la exigencia a los periodistas de «mojarse» y alinearse con este u otro bando, digiriendo mal las expresiones de duda o de escepticismo: lo que se espera del periodista es que denuncie «al otro».

Y es que en una batalla por el relato del siglo XXI, todos se arrogan el derecho a opinar o atacar. Basta con tener un teléfono móvil.

Mientras tanto, el Gobierno español no se ha pronunciado oficialmente. Y Marruecos aprovecha la indecisión de Sánchez para seguir abriendo la mano en sus fronteras alentando el flujo migratorio hacia nuestras costas.

De ahí la masiva llegada de inmigrantes. Los problemas se acumulan del lado español, pero del lado marroquí las cosas siguen como siempre. O eso es lo que pretenden hacer ver al mundo. Mientras tanto, siguen tejiendo su tela de araña alrededor de los intereses españoles para lograr sus objetivos y alcanzar sus viejas reivindicaciones.


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