El Laboratorio de Salud Pública es un espacio silencioso y aséptico con pasillos abiertos donde el personal inspecciona meticulosamente todo lo que nos llevamos a la boca. Mercurio en el pescado, antibióticos y hormonas en la carne, metales pesados en los alimentos y niveles de bacterias y virus en el agua. Allí, cuando estalló el Covid, tuvieron una alegría pírrica. Los trabajadores tendrían que dejar de explicar a sus conocidos qué era el PCR que habían estado haciendo durante años sobre los productos que pasaban por sus manos. La reacción en cadena de la polimerasa, ahora conocida como una excelente prueba para detectar coronavirus, ya se ha utilizado en el laboratorio para medir la presencia de virus en aguas asturianas. Según María Luisa Rodríguez, jefa del servicio de laboratorio, por el momento no tenían que investigar la presencia de Covid en las aguas residuales. «Pero es un proyecto que sabemos que nos tocará», espera.
La proximidad a HUCA e ISPA, estandartes en la “Milla de la Bata Blanca” de Oviedo, les da más que un sentimiento de pertenencia. Vecindario y vista desde las oficinas. Desde el laboratorio, por ejemplo, se encargan de realizar los controles pertinentes sobre las comidas distribuidas en el hospital, pero también colaboran con las instituciones en proyectos de investigación. Aunque afirman que su papel principal no es este, sino el de control.
El establecimiento depende directamente de la Consejería de Sanidad a través de la Agencia de Seguridad Alimentaria, Salud Ambiental y Consumo del Principado de Asturias. El director de este último, el veterinario José Ignacio Altolaguirre, recorre los pasillos explicando los objetivos de los distintos laboratorios que alberga el edificio. Los trabajadores afirman que «la gente carece de información sobre los alimentos que consume». El contenido de los alimentos, que está regulado por parámetros evaluados por Europa, es «muy estricto». «La Unión Europea tiene las reglas más restrictivas sobre alimentos», dice Altolaguirre. El pollo no permite que los niños se desarrollen demasiado rápido ni es «menos peligroso» para el medio ambiente. La comida está «perfectamente medida» y según los científicos, las leyendas urbanas se multiplican a su alrededor hasta que son pronunciadas desde el punto de vista de quien lleva una bata blanca. Pero por falta de formación.
especialización
Para que todo funcione como un reloj. Esta es la precisión requerida para que todos los alimentos cumplan con los parámetros de seguridad requeridos para el consumo. Cada comunidad autónoma dispone de un laboratorio de salud pública. La idea es que cada uno de ellos se especialice en un tipo de producto. Por eso, en Asturias, por ejemplo, se hace especial hincapié en los productos locales. Por ejemplo, miden los productos químicos que pueden contener los embutidos asturianos. Esta información queda registrada y el producto finalmente puede llegar a toda Europa. Es finalmente Una red que asegura que todo el mundo pueda ir al supermercado o restaurante sin miedo a contagiarse de alguno de ellos.
Otra de sus tareas, medir el agua, también es ardua. Tanto si hace sol como si hace tormenta, los técnicos de laboratorio tienen que adentrarse en el mar desde las playas asturianas para tomar muestras. Estos se almacenan y miden con dispositivos costosos y complejos que arrojan datos incomprensibles en las pantallas de las computadoras. Es donde, cuando la situación lo requiere, Hacen sonar la alarma y prohíben nadar en la playa para disgusto de los bañistas. Pero lo hacen por su propio bien, por la salud pública.
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