Como la carretera forma parte del recorrido, casi cualquier ruta por las comarcas de Las Villuercas o Los Ibores se disfruta antes de llegar al destino. Esto sucede, por ejemplo, cuando vas en busca de la poza La Nutria y la cueva de Chiquita, también llamada cueva de Álvarez. Estoy en Cañamero, tierra de vinos y fósiles y de sinclines y anticlinales, por eso estamos en el Geoparque de Extremadura. Y buenas vistas desde el coche. Prueba de ello es el cruce de caminos al que se llega tras dejar atrás las Cabañas del Castillo, que, visto de lejos, tiene un fotón, con su castillo coronando el acantilado a sus espaldas.
Ese castillo ofrece unas vistas espectaculares, pero el viajero, que tiene la edad suficiente para detenerse en las noticias sobre las pensiones y lo suficientemente joven como para no tener claro si seguirán existiendo a la hora de hacerlas pagar, no se atreve a asesorar. Porque a pesar de la cuerda atada a la pared que hace las veces de pasamanos o barandilla, subió y bajó por el castillo mirando a sus pies en vez de al horizonte -hacia la Peña Buitrera, por ejemplo, que está al lado- por miedo a tropezar. de tanta piedra y mucho escalón y mucho desnivel.
Pero volvamos a la encrucijada. Una vez alcanzado, el conductor puede elegir: Berzocana a la derecha y Cañamero a la izquierda. Y elijas lo que elijas, recorrerás una ruta escénica, que es la etiqueta que la Junta de Extremadura ha puesto en bonitas carreteras. El ‘viaje lento’ se llama en otras alturas de Europa. El viaje lento. Hay que ir despacio, eso sí, para no perderse el desvío que lleva a la piscina La Nutria. Está a la entrada de Cañamero da Guadalupe, justo en una curva de 180 grados. En ese punto no hay ningún cartel que indique el rumbo hacia la poza que en su nombre rinde homenaje a ese mamífero carnívoro tan astuto como para poder cambiar el curso de un río, como dicen los documentales. Hay un cartel, pero no se refiere al charco, sino a la cueva de Chiquita, que está al lado. Tomando el desvío, lo mejor es estacionar lo antes posible, en un camino de tierra en pendiente después de dejar el asfalto.
Solo queda bajar al río y al menos poner los pies en la piscina de La Otter, que emerge en medio del bosque y es una de las más bonitas de la zona. En este punto, el río Ruecas se estrecha y se enclava. Por un lado, piedra, y por otro, bancos y mesas rodeados de fresnos, chopos, alisos y sauces, en un paisaje que incluye, a medio minuto de caminata, otro atractivo: la cueva de Chiquita o Álvarez. En sus paredes hay pinturas rupestres, algunas a cinco metros de altura. Se consideran uno de los ejemplos de pintura rupestre esquemática más representativos de la comunidad autónoma, y están clasificados como Bien de Interés Cultural. Lo mejor es contemplarlos a una hora en la que el sol no caiga directamente sobre ellos.
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