España intentaba resucitar tras tres años paralizada por la guerra civil, mientras Extremadura libraba su propia batalla, contra una enfermedad que vista con los ojos de hoy es menos lejana. Porque fue una verdadera pandemia. Menos cobertura global y mediática que la actual covid-19, más localizada y anónima, pero igualmente letal. Está lo bastante cerca en el tiempo como para que quienes lo han vivido en carne propia sigan hoy en La Vera y lo recuerden todo como si hubiera pasado la semana pasada. Son los protagonistas de ‘Malaria: testimonios reales’, el documental producido por el Centro de Interpretación del Paludismo Losar de La Vera que acaba de ser presentado en Fitur, la feria internacional de turismo que se celebra en Madrid.
Este tipo de museo de la malaria es único en España. Como lo fue en su día el Instituto Nacional Antipalúdico, que funcionó desde 1925 hasta 1964 en Navalmoral de La Mata -en el actual edificio de los juzgados-, por su ubicación en Campo Arañuelo y cerca de La Vera, el más castigado por esta enfermedad. Ese instituto fue el centro de referencia nacional en la lucha contra la patología que mató a Carlos V en Yuste -en la misma región que Cáceres-, Lord Byron, Tutankamón, Teresa de Calcuta o San Agustín. Actualmente, sigue siendo una enfermedad endémica en algunos países subdesarrollados, particularmente en el África subsahariana, detalla el documental, que narra cómo era la vida cotidiana en el centro antipalúdico El Robledo, a unos ocho kilómetros de Losar.
Allí atendieron a Cristina Martín González (85) que enfermó gravemente cuando era niña. La mujer cuenta en el reportaje audiovisual que sus padres cultivaban tabaco, pimientos y arroz en una finca con mucha agua. Una parcela en la que seguro que también abundaban los charcos de líquido estancado calentado por el sol, que es el hábitat ideal de las hembras del mosquito anopeheles, todavía hoy transmisor de la malaria.
burro en el dispensario
“Empecé con mucha fiebre -recuerda la mujer-, y mis padres se enteraron de que habían venido unos médicos a Robledo para tratarme algo que llamaban malaria. Mi padre dijo: «Tienes que llevar a la niña allí». Y un día, que habría sido julio o agosto porque hacía mucho calor, me llevó al dispensario, que estaba lleno de gente. Me acosté en un banco a descansar, de la fiebre que era grande.
Antes o después de ella, su futuro esposo también tuvo que irse. “En el año 39 mi padre compró un molino que luego modernizó, y allí molía harina para consumo humano -dice Francisco Sánchez Jiménez (82)-. Eso estaba lleno de charcos. Estando ahí un día, me empecé a sentir mal, y cuando mi mamá me vio así, ya dijo: ‘Esto tiene malaria’. Él ya lo sabía porque tres de mis hermanos, mayores que yo, lo tenían. Recuerdo bien que mi madre me llevó en burro al dispensario. Era pleno verano, hacía calor… La gente yacía allí al sol y temblaba…».
Lo que cuentan Cristina y Francisco es exactamente lo que Antonio Nieto Baños (75) ha escuchado muchas veces de su padre, el último subalterno -paludero, decían la mayoría- que tenía el dispensario, donde también vivían. “Empezó a trabajar a mediados de la década de 1940 y vivimos allí hasta 1985”, cuenta su hijo en el documental. “Aquí se han organizado simposios para médicos de África, de Sudamérica, de todo el mundo… Tuvimos el privilegio de vivir aquí, porque era una de las pocas casas de la ciudad que tenía electricidad y la primera con televisión”. que la gente venía aquí a verlo y también a escuchar los discos dedicados en Radio Andorra. Hasta en las misas que oficiaban al aire libre y ver los documentales mudos en los que nos decían que Franco iba a construir países de colonización en muchos lugares y no lo creíamos».
En cola para ver al doctor
La malaria se extendió tanto en la zona que se formaron colas en el dispensario y la gente tuvo que esperar horas para ser atendida. “La gente venía con un refrigerio -dice el hijo del último practicante- porque sabían que en una mañana no alcanzaba el tiempo para consultar a todos. Los médicos y el personal del dispensario se detuvieron para almorzar y continuaron hasta la tarde. Hubo momentos en que la gente llegaba incluso de noche, asustada, con niños en brazos.
Una dura realidad de la que también ha oído hablar mucho Fernando Tirado Monforte, otro de los testimonios del trabajo de Guango Producciones Audiovisuales y con guión, dirección y narración de Esperanza Martín García. Fernando Tirado es nieto de Félix Lázaro Tirado de Tena, médico clínico a finales de la década de 1930 y jefe del servicio provincial de malaria en Cáceres desde febrero de 1940 hasta su muerte en agosto del mismo año.
“Mi padre nos dijo que su padre le daba dinero por cada Anopheles hembra que cazaba. Los estaba subiendo a un bote y al final se compró una bicicleta”, dice Tirado, cuyo abuelo estuvo en estrecho contacto con los doctores Gustavo Pittaluga, Sadí de Buen y Eliseo de Buen, precursores de la investigación de la malaria, cuyo último caso en España fue diagnosticada en 1961 en un vecino de Rosalejo (Cáceres).
El sobrino del médico, el hijo del médico, la pareja que padecía la enfermedad… En el documental todos hablan del ‘pez de la malaria’ (gambusia, que fue la clave para erradicar la enfermedad); pastillas de quinina «que nadie podía tragar por su sabor amargo»; y la pobreza de aquellos años. En aquellos tiempos a nadie le extrañaba encontrarse por la calle con alguien que se protegía la cara con un mosquitero sujeto a la cabeza por un sombrero y al cuello por una bufanda. Eran algo así como las máscaras de hoy.
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