Curiosidades

Mi jefe me regañó, pero aprendí una valiosa lección para mi carrera

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Al principio de mi carrera, cometí un error vergonzoso.

No estoy orgulloso de ello. De hecho, todavía me dan escalofríos al pensar tanto en mi arrogancia como en mi ignorancia. Pero, como la mayoría de errores y equivocaciones, me enseñó lecciones que me han ayudado desde entonces.

Ocurrió hace más de 30 años, cuando tenía veintitantos. Como parte de la serie de consejos laborales en los que he estado trabajando, te hablaré de ello.

Todo empezó cuando me di cuenta de que la carrera tan «aventurera» que había elegido al terminar los estudios ya no me servía y tenía que considerar mis opciones más allá de los próximos 12 meses. Conllevó una decisión bien estudiada y meditada, y otra precipitada y desinformada. Culminó con una humillante reprimenda por parte del famoso y polémico presentador de la televisión estadounidense Lou Dobbs.

No es una historia corta. Pero también contiene otras lecciones profesionales, así que compartiré todo el contexto. Gracias por leer. Y si solo estás aquí por la parte en la que el Lou Dobbs me da una lección, baja a lo largo de la pantalla hasta la parte en la que dice «Lou quiere verte»…

Durante años, «seguí mi felicidad»

A principios de los noventa, hacía cuatro años que había dejado la Universidad de Yale. Mi carrera hasta entonces había sido, bueno, improvisada: había enseñado inglés durante un año en una zona rural de Japón y luego había dado clases de tenis en San Francisco para pagarme el alquiler mientras escribía unas memorias inéditas (impublicables) sobre mi estancia en Japón. Trabajé como reportero freelance para un pequeño periódico de Massachusetts y como corrector para revistas en Nueva York.

No me arrepentí de esas decisiones, y la verdad, no fueron difíciles de tomar: Había hecho lo que creía que debía hacer: «intentar seguir mi felicidad».

Por desgracia, aún no sabía que «persigue tu felicidad» es en realidad un mal consejo profesional. Tampoco era consciente de lo poco que sabía entonces del «mundo real», del mundo del trabajo y la vida, en comparación al mundo estudiantil. Claro que el hecho de no saber mucho sobre el mundo real no me había impedido desarrollar puntos de vista rígidos sobre lo que estaba mal en él, cómo debía funcionar y cuál debía de ser mi lugar y mi propósito en él. Entre esas ideas estaba la de qué trabajos y carreras eran aceptables y cuáles significaban, bueno, venderse a sí mismo.

«El mundo no necesita más abogados ni banqueros», me decía. Así que, hiciera lo que hiciera, no me iba a convertir en uno de ellos.

Ese soy yo, el de la derecha, siguiendo mi pasión. Escalar rocas es divertido, pero no pagan bien.
Ese soy yo, el de la derecha, siguiendo mi pasión. Escalar rocas es divertido, pero no pagan bien.

Claro que yo no era ni de lejos el único recién graduado al que todavía le quedaba mucho por aprender, pero mi idealismo era especialmente obstinado. Y, en cualquier caso, a los veintitantos años, mis decisiones me acabaron conduciendo a una situación complicada.

La teoría en la que se basa el concepto de «haz lo que te apasiona» es que, si haces lo que te gusta, el dinero vendrá solo. Yo lo había intentado. Pero no era feliz. Y el dinero no estaba viniendo solo. No es que precisamente me encantara trabajar como autónomo, me parecía solitario y difícil, y no tenía tanto talento ni era tan buen escritor como otros compañeros. Y estar siempre sin un duro hacía que la vida me resultase cada vez más difícil e inquietante.

A esas alturas, mis compañeros ya estaban haciendo cosas como ascender, estudiar un posgrado, comprar coches y apartamentos y casarse. Yo todavía seguía yendo de un piso a otro, prácticamente viviendo en una bolsa de viaje.

Así que empecé a hacer lo que muchos de mis amigos de la universidad habían hecho mucho antes: adentrarme a investigar el mundo laboral y las profesiones, e intentar averiguar qué quería hacer.

Siendo honesto y concediéndome un respiro, también me enfrentaba a una tragedia. Cuando tenía 25 años, mi madre murió en un incendio que destrozó nuestra casa. No creía que los asuntos familiares me estuvieran afectando, no lo parecía entonces, pero una de las muchas lecciones que aprendí en ese periodo es que no siempre puedes fiarte de tus sentimientos. En retrospectiva, admito que estaba hecho un desastre.

¿Quieres trabajar en… Wall Street?

La incomodidad que me producía vivir al día me llevó a plantearme muchas posibilidades, entre ellas un sector al que había renunciado: las finanzas. Mi padre era banquero y yo conocía a mucha gente que trabajaba en Wall Street. Además, a pesar de que el mundo no necesitaba más banqueros, parecía que había muchas razones para contemplar serlo.

A lo largo de seis meses, hice mis deberes. Leí y aprendí todo lo que necesitaba saber sobre cada elección que estaba considerando. Sorprendentemente, cuanto más aprendía sobre Wall Street, más me convencía la idea. El sector parecía dinámico, fascinante, emprendedor y divertido. Además, estaba bien pagado, algo que cada vez me resultaba más y más atractivo.

Así que empecé a tomarme más en serio la idea de trabajar en Wall Street.

Claro que hay mucha gente que quiere trabajar en Wall Street, incluidas muchas personas cualificadas que llevan años preparándose para trabajar allí, así que los trabajos en Wall Street son difíciles de conseguir, sobre todo cuando no tienes experiencia relevante y no sabes casi nada. Entrar por la puerta de Wall Street también requería habilidades que aún tenía que desarrollar, como hacer una presentación convincente de mí mismo en una entrevista de trabajo. 

Así que, además de aprender los fundamentos de las finanzas, tuve que aprender a relacionarme, a vestirme para alcanzar el éxito (o al menos para no abochornarme) y a presentarme tanto a mí mismo como a mi «experiencia», de forma que la gente de verdad quisiera contratarme.

Los trabajos en Wall Street son difíciles de conseguir, especialmente cuando no tienes experiencia relevante.
Los trabajos en Wall Street son difíciles de conseguir, especialmente cuando no tienes experiencia relevante.

Todo esto fue todo un reto para mí. Como era de esperar, la mayoría de las empresas me rechazó en el acto.

Y cuando por fin conseguí una o dos entrevistas, fueron breves y superficiales. Aparte de las típicas cartas de ya te llamaremos, nunca recibí una respuesta.

Pero pasó algo bastante interesante y revelador. En lugar de sentirme desalentado o desmoralizado por este flujo interminable de rechazos, o de llegar a la conclusión de que era absurdo llegar a pensar que podría o debería trabajar alguna vez en Wall Street, me invadió una gran motivación. De repente, me entraron ganas de verdad de trabajar en Wall Street.

Aprender a venderse es, por supuesto, la habilidad laboral más básica que existe, y aprender a lidiar con el rechazo y las objeciones forma parte de ella. Si no puedes convencer a una persona ocupada de que vas a ser útil para ella y su misión, mejor que todas las demás personas que quieren el trabajo y que vales más de lo que te van a pagar, ¿por qué te van a contratar?

En fin, a lo largo de muchos meses de contactos, investigación y entrevistas, allá por 1993, aprendí poco a poco como venderme a mí mismo.

¿Y sabes qué más aprendí de todo esto?

Aprendí que me encantaba el proceso de encontrar trabajo. Consistía en investigar el sector, conocer gente, averiguar qué querían los clientes (los empresarios), desarrollar el producto (en este caso, yo) y luego venderlo. Era divertido.

(Más tarde, como era de esperar, me incliné por empleos que me permitían ganarme la vida haciendo este tipo de trabajo: ganar seguidores como analista de investigación en Wall Street, por ejemplo, y luego crear una empresa como fundador y CEO de Business Insider).

Mis días en Wall Street. A estas alturas ya me he acostumbrado a llevar traje. Pero lo huraño no me lo quita nadie.
Mis días en Wall Street. A estas alturas ya me he acostumbrado a llevar traje. Pero lo huraño no me lo quita nadie.

El proceso de búsqueda de empleo fue tan atractivo que, meses más tarde, cuando recibí una oferta de trabajo en el departamento de investigación de un banco, me pregunté a mí mismo si hacer el trabajo sería tan divertido como conseguirlo.

Pero sabiamente, aliviado por tener por fin no solo un trabajo, sino un sueldo, y diciéndome a mí mismo que aunque no me encantara el trabajo podría hacerlo durante un tiempo, aprender algunas habilidades, y luego decidir qué hacer después, lo acepté.

Photo illustration of a smiley face and a laptop.

Mi nueva carrera no duró mucho

Desgraciada y fatalmente, mi trabajo en Wall Street no empezó al momento.

Y ese paréntesis de varios meses entre conseguirlo y empezar a trabajar me dejó mucho tiempo para pensar.

Resulta que tener mucho tiempo para pensar no siempre es lo mejor para mí. Cuando no tengo un reto que me consuma por completo y ocupe mi mente (como buscar trabajo), me pongo a darle vueltas a la cabeza. Y cuando lo hago, a veces me pierdo en mis propios pensamientos.

Mientras esperaba a que empezara mi trabajo en Wall Street, le daba vueltas a la idea de trabajar en Wall Street.

Wall Street podía estar bien pagado, pero era la definición misma de «venderse». Significaba trabajar entre 70 y 80 horas a la semana. Significaba llevar traje y estar atrapado en torres de oficinas herméticamente cerradas. Significaba nadar con tiburones, que podrían devorarme y escupirme sin más. Significaba dedicar todas mis horas de vigilia, pasión, creatividad y energía a ganar dinero.

No me parecía que ganar dinero fuese una vida que mereciese la pena. Y el mundo no necesitaba más banqueros de los que ya tenía.

Trabajar en Wall Street también me condenaría a sufrir el mismo destino que mi padre, es decir: pasar por intermediarios, ser despedido de su empresa a mitad de su carrera profesional, y acabar sintiéndose como un fracasado.

Esta última preocupación no parecía lo que era: miedo. Pero, una vez más, mis sentimientos me llevaban por mal camino. No fue hasta más tarde cuando me di cuenta de que parte de lo que me hacía sentir reticente a la hora de dar el siguiente gran paso en mi carrera, en Wall Street o en cualquier otro lugar, era el miedo a fracasar yo también.

Debería haber llamado a la empresa de Wall Street y preguntar si podía empezar inmediatamente. Pero no lo hice. En lugar de eso, seguí dándole vueltas. Y, sin prisa, pero sin pausa, para consternación de mi familia y mis amigos, me convencí a mí mismo de que no quería trabajar allí.

Con mis recién adquiridas habilidades para buscar trabajo, me dije, todo era posible. Podía trabajar en un montón de campos, incluidos los que eran mejores para el mundo (y mejores para mí) que Wall Street. Por ejemplo, pensé, en un repentino y extraño arrebato de inspiración, que podría trabajar en… ¡Las noticias! Los telediarios eran periodismo, una carrera aceptable para quienes no solo querían ganar dinero, sino también hacer el bien. Los telediarios eran emocionantes y glamurosos. E incluso rentables: los presentadores ganaban mucho dinero.

Dos meses después de aceptar el trabajo en Wall Street, llamé al entonces desconcertado director de investigación que me había contratado y le dije que me iba a dedicar a los informativos de televisión.

Yo, por supuesto, sabía aún menos de telediarios que de Wall Street. Pero no importaba. Había encontrado el trabajo de mis sueños.

Así que, en lugar de proceder con calma y amplitud de miras en una transición profesional normal y corriente a mitad de la veintena, me puse una barricada gigantesca enfrente de mí. Dos meses después de aceptar el trabajo en Wall Street, llamé al director de investigación, perplejo tras hablar conmigo, que me había contratado, y le dije que iba a trabajar en informativos de televisión.

¡Bienvenido a la tele!

Inmediatamente supe que me había equivocado.

No porque trabajar en los informativos de televisión no sea una salida laboral excelente: lo es. Si me hubiera tomado el tiempo de investigar sobre el sector y sus salidas profesionales, incluso podría haber sido una carrera excelente para mí también. Lo sé, porque en los últimos 20 años he tenido la suerte de trabajar mucho ante la cámara, y en producción, y lo he disfrutado mucho.

Fue un error porque no había hecho mis deberes y no sabía dónde me metía. Y también, porque por razones personales, que son factores reales e importantes en las decisiones profesionales, lo que necesitaba en ese momento de mi vida no era otra búsqueda de empleo prolongada, incierta y empobrecedora, sino un trabajo estable y predecible.

Pero, para entonces, ya era demasiado tarde.

Conseguir un trabajo en los informativos de televisión resultó menos divertido que conseguir uno en Wall Street. Pero muchos meses después, tras pasar por otro proceso de contactos y entrevistas, tras enterarme de que los trabajos en informativos de televisión son tan difíciles de conseguir como los de Wall Street, y tras pedir referencias a un amigo bien posicionado, conseguí unas prácticas de tres meses en una rama de la CNN con sede en Nueva York llamada CNN Business News.

Los informativos podrían haber sido una gran rama profesional para mí, si hubiese tenido la paciencia necesaria para llegar lejos.
Los informativos podrían haber sido una gran rama profesional para mí, si hubiese tenido la paciencia necesaria para llegar lejos.

Obviamente, me sentí aliviado de haber encontrado algo, hizo que mi decisión de rechazar el trabajo en Wall Street pareciera menos descabellada. Pero los detalles daban que pensar.

El sueldo, por ejemplo, era menos de la mitad del que me habían ofrecido en Wall Street, sin prestaciones. Incluso después de pasar de becario a empleado, sería menos de lo que había conseguido como autónomo.

¿Y qué pasaba con las horas?

Bueno, mi turno empezaba a las 5 de la mañana, así que tendría que levantarme a las 3.30.

¿Y el trabajo?

Bueno, en realidad, no sabía mucho sobre el trabajo, porque no había investigado.

Pero al menos no era un vendido.

Pagando mis deudas

La producción de informativos de televisión, al menos en aquellos días, era lo que podría describirse como un negocio de «aprendizaje». No te daban un micrófono y te mandaban a cubrir una guerra. Al contrario, como en muchos otros campos, tenías que «ir ascendiendo».

Este proceso de «ascenso», además, no tenía en cuenta las aspiraciones de ningún empleado en particular, como yo, que podría haber preferido ascender, en digamos, una tarde.

En cambio, la progresión profesional típica era más o menos así:

  • tres meses como becario
  • dos años como ayudante de producción
  • dos años como productor asociado
  • dos años como productor de «noticias de última hora»
  • muchos años como productor de «programas».

Después de todo eso, si tenías suerte y la cara y la voz adecuadas, quizá te hicieran una prueba de cámara y te dieran la oportunidad de hacer reportajes.

Calculé que tardaría cinco años en ganarme el sueldo y las prestaciones que acababa de oler en Wall Street.

Y luego estaba el trabajo.

Los becarios de CNN Business News eran responsables de:

  • Entregar noticias: controlar los interminables rollos de noticias que salían de las imprentas, arrancarlos y enviarlos a toda prisa a los productores (que analizaban las noticias y decidían qué merecía la pena informar).
  • Copiar los valores de los mercados y las acciones de las pantallas de cotizaciones y e incluirlos en los guiones.
  • Subir y bajar escaleras para llevar los guiones a la sala de control y a los estudios.
  • Pasar los guiones por los teleprompters a la velocidad exacta. (Esto era sorprendentemente difícil: había que leer y escuchar al presentador y asegurarse de no despistarlo adelantándose o retrasándose).

Al menos, ninguna de esas tareas implicaba «llevar café». Y todas tenían que hacerse.

Por supuesto, ninguno de los trabajos en prácticas era creativo o intelectualmente estimulante. Y tampoco lo eran, me parecía, los siguientes puestos en el escalafón. Más bien, estos trabajos parecían implicar una desagradable combinación de intensa presión de tiempo, meticulosa gestión logística y doblegarse ante las estrellas de los informativos de televisión: los reporteros y los presentadores.

Espera, este trabajo es un asco, ¡y es culpa de la CNN!

«Abrirte paso y hacer méritos» vale la pena cuando quieres el siguiente trabajo en el escalafón.

Desgraciadamente, a mediados de mi primera semana en CNN Business News, me di cuenta de que no quería el siguiente trabajo en el escalafón, ni siquiera los que estaban por encima. También me había dado cuenta de que ninguno de los puestos más altos (o el que tenía) incluían cosas que me gustaran hacer o que se me dieran bien. Así que me iba a costar mucho igualar el entusiasmo y las habilidades de otros becarios y ayudantes de producción que sí querían esos puestos.

Así que tuve que enfrentarme a la realidad:

Había abandonado un trabajo para el que había hecho mis deberes, por el que me había esforzado mucho y que habría sido perfecto para mí… por una fantasía.

Llegado el momento, había dos posibles líneas de actuación maduras, y ambas exigían que me hiciera responsable de mi decisión y actuara como un profesional.

  1. Hacer un gran trabajo como becario, aprender todo lo que pudiese sobre el negocio de los informativos de televisión y, en última instancia, intentar encontrar un lugar convincente en él, o…
  2. Hacer un buen trabajo como becario y, en mi tiempo libre, intentar encontrar un empleo que me convenciera más.

Por desgracia, no llegué a hacer ni lo uno ni lo otro.

En lugar de eso, me puse a darle vueltas. ¿Cómo he podido cometer un error tan tonto y obligarme a tener que hacer ahora un trabajo tan aburrido por una miseria? Peor aún, culpé a la CNN: Yo era un tipo listo. Podía hacer algo más que llevar las noticias y entregar guiones. Si la CNN me dejara trabajar de verdad, ¡ya estaría cubriendo noticias!

Y lo que es más importante, distraído por mis frustraciones, hice un trabajo pésimo.

¿Cómo?

Bueno, por ejemplo, cuando no estaba ocupado con las tareas anteriores, me sentaba en la mesa de becarios y leía tranquilamente los periódicos en lugar de ver qué más podía hacer para ayudar, a la vista de los estresados productores.

Mi despertador no sonó y llegué tarde. Dos veces.

Movía el teleprompter a la velocidad que no era, molestando a los presentadores.

Y transcribí incorrectamente cifras de la máquina de cotizaciones, haciendo que un presentador informara de que el índice industrial Dow Jones cotizaba a un nivel que no era, desinformando así a los telespectadores y perjudicando la credibilidad de la CNN.

Estos errores, y supongo, mi actitud arisca, no tardaron en hacer que me llamaran al despacho de mi jefa, Lisa. Lisa fue admirablemente directa, algo que más tarde aprendí, es una habilidad difícil pero esencial para un jefe. Enumeró cada uno de mis errores y me dijo que tenía que mejorar. También me sugirió que elevara mi nivel de exigencia; al fin y al cabo, estaba trabajando en una sala llena de gente ocupada a la que quería impresionar.

Le dije a Lisa que lo haría.

Y entonces, a pesar de lo abochornado que me sentía por haber hecho que me llamaran la atención por mi incompetencia y mi mala actitud, me quedé dormido y llegué tarde otra vez, y volví a equivocarme con los números.

Lou quiere verte

La siguiente ocasión en la que vi a mi jefa Lisa fue uno o dos días después, cuando me preguntó si tenía un minuto. (Oh oh.)

«Lou quiere verte», añadió.

¿Lou?

No conocía a Lou, pero sabía quién era. Lou era Lou Dobbs, el jefe de CNN Business News y presentador del principal programa nocturno de negocios, «Moneyline«. Más tarde, Lou se convertiría en un polémico presentador de Fox News, pero hace 35 años era un periodista de negocios de primera fila. También era un ejecutivo de éxito por derecho propio. Lou había creado CNN Business News. Era la prueba viviente de que los informativos de televisión podían ser lucrativos, al menos para algunos. En la redacción se decía que Lou reportaba a Manhattan desde una granja de caballos en Nueva Jersey y ganaba 6 millones de dólares al año.

Lou Dobbs me llamó a su oficina. Por aquel entonces, era presentador del programa de negocios de la CNN "Moneyline"
Lou Dobbs me llamó a su oficina. Por aquel entonces, era presentador del programa de negocios de la CNN «Moneyline»

Lou, naturalmente, tenía un despacho propio en la esquina de la oficina. Mi jefa Lisa me llevó hasta él.

Cuando entré, Lou estaba de pie, detrás de su escritorio, vestido de punta en blanco. Lou me dijo que me sentara en una silla frente a su escritorio. Mi jefa Lisa no sólo se quedó en el despacho, sino que, se sentó de forma inquietante justo detrás de mí, en el mismo lugar en el que se sienta un capo de la mafia esperando la señal del jefe para estrangular a un traidor a los suyos.

Yo no era un experto en trajes, pero el que llevaba Lou parecía haber costado una fortuna. Al igual que sus zapatos. Pude examinar los zapatos de Lou de cerca porque, después de acomodarse en su silla, se echó hacia atrás y puso los pies en el borde de su escritorio, con las suelas mirando hacia mí.

Si este movimiento alfa de poner los pies en la cara del otro pretendía dejarme claro quién mandaba, lo consiguió. Estaba aterrorizado.

Lou levantó un trozo de papel de su escritorio. Durante un angustioso minuto que me pareció un siglo, leyó lo que ponía. Luego volvió a dejarlo sobre la mesa. Mirando hacia abajo, con horror, vi que era mi currículum.

Lou volvió a poner los pies en el suelo. Luego me miró fijamente.

«Tengo una pregunta», recuerdo que me dijo.

Yo estaba extremadamente dispuesto a responder a cualquier pregunta que Lou pudiera tener.

«¿Por qué», preguntó Lou, «un tipo que se licenció en la Universidad de Yale no puede transcribir números correctamente?».

Lou dejó que la pregunta quedara en el aire.

No había respuesta agradable a esa pregunta, así que empecé a tartamudear.

Lou me dejó tartamudear. (Era un profesional).

Y me hizo otra pregunta.

«¿Por qué un tipo que se graduó en la Universidad de Yale no puede molestarse en llegar a tiempo al trabajo?».

Tampoco había una buena respuesta a esa pregunta. Así que tartamudeé un poco más.

Y así siguió. A pesar de mi tartamudeo, parece que no respondí a las preguntas de Lou como él quería, porque volvió a preguntarme, de forma más directa, cuál creía yo que era el problema. Y, estúpidamente, respondí más directamente.

Hablé de cómo creía que podría hacer frente a un trabajo más exigente que el que me estaban ofreciendo, de cómo creía que podría aprender y progresar más rápido…

Por supuesto, ambos sabíamos lo que realmente estaba diciendo.

Lo que en realidad estaba diciendo era: soy demasiado bueno para este trabajo.

Lou asintió. Por fin estábamos llegando a alguna parte.

Seguí hablando. Y cuanto más me oía a mí mismo, más me daba la impresión de que sonaba como un gilipollas: al sugerir que yo era demasiado bueno para este trabajo, también estaba sugiriendo que yo era mejor que todos mis compañeros  que tanto se esforzaban, y que a diferencia de mí, eran profesionales competentes y deseosos de agradar, que se dejaban la piel cada día para suplir mis carencias.

Lou me dejó dar mi opinión.

Y luego él me dio la suya.

La frase de Lou, que precedió a otra prolongada inspección de mi currículum, fue más o menos así.

«Puedo leer tu experiencia de dos maneras», dijo Lou. «Por un lado, puedo ver a un tipo inteligente que ha hecho cosas diferentes y al que le está costando arrancar en la vida. Por otro lado, puedo ver una historia accidentada, y posiblemente, un problema de carácter».

Agradecí que Lou sugiriera que a pesar de mi lento comienzo, aún podía tener un futuro prometedor. Pero los comentarios sobre los «antecedentes» y los «problemas de carácter» me explotaron en la cara.

Al instante, la historia fantástica que me había estado contando a mí mismo, que de alguna manera era culpa de la CNN que yo estuviera haciendo un trabajo de mierda, se evaporó. Y la verdad quedó al descubierto:

A pesar de lo poco que me gustaba el trabajo, a pesar de lo frustrante que era tener que «abrirme paso», yo había elegido este trabajo. La CNN no me había obligado a aceptarlo. Si no quisiera el trabajo, habría una fila de gente alrededor de la manzana que se pelearía por él. Cualquiera de ellos estaría más agradecido que yo por la oportunidad y le dedicaría más esfuerzo.

Al aceptar el trabajo, me había comprometido implícitamente con la CNN a que, a cambio del dinero que me pagarían, les proporcionaría el servicio profesional y de alta calidad que esperaban y merecían. Y, por supuesto, como eran ellos los que me pagaban, serían ellos los que determinarían qué servicios querían de mí, no yo.

En términos más generales, me di cuenta del enorme privilegio y la buena suerte que me habían otorgado mi educación, mis padres, mi país y mis amigos, y de la responsabilidad que ello conllevaba. Tenía más opciones profesionales de calidad que casi nadie en el planeta. Así que era mi responsabilidad tomar buenas decisiones con conocimiento de causa, asumir las consecuencias y hacerlo lo mejor posible.

En otras palabras, un trabajo es un privilegio, no un derecho.

Y nadie, y menos yo, es demasiado bueno para nada.

Lou terminó su discurso diciendo algo así como «no vamos a reorganizar las cosas aquí por ti, así que ponte las pilas o trabaja en otro sitio». Por suerte, yo ya había decidido ponerme las pilas. A la mañana siguiente llegué puntual al trabajo y me aseguré de hacer bien los números. También di las gracias a Lou y Lisa por haberme aclarado las cosas. Sigo lamentando haberles puesto en esa situación (ha sido mi error más vergonzoso hasta la fecha), pero agradezco su franqueza. También me disculpé con mi amigo, que me había ayudado a conseguir el trabajo. Al final, creo que llegó a perdonarme.

La versión de Lou Dobbs del discurso de «o te aplicas o te largas» era más dramática que la que yo emplearía más tarde cuando necesitara transmitir el mismo mensaje a la gente que trabajaba para mí. Pero, al fin y al cabo, la tele es el mundo del espectáculo. Y lo cierto es que fue eficaz.

Unas semanas más tarde, le dije a mi jefa Lisa que no esperaba ni solicitaría un puesto en plantilla cuando terminaran mis prácticas. Es mejor renunciar a un empleado complicado que tener que despedirlo, así que se sintió aliviada. Lisa me estrechó la mano y me deseó lo mejor. Y luego, supongo, escogió el siguiente currículum de la pila de miles de personas deseosas de trabajar en informativos de televisión y me sustituyó esa misma tarde.

Después de tomarme un descanso para poner en orden mis ideas, retomé el rumbo que había tomado antes de mi desvío: Empecé a buscar otro trabajo en Wall Street. Afortunadamente, para entonces, ya sabía cómo conseguir uno.

Jóvenes prometedores de Wall Street.

Los errores están bien

Ya lo ves: No tienes por qué tener tu carrera y tu vida resueltas desde el primer día.

Mientras intentas responder a la difícil pero crítica pregunta de qué hacer, puedes equivocarte y cometer errores, y probablemente acabes haciéndolo, quieras o no.

No pasa nada.

Investigar ayuda. Así que haz tus deberes.

Pero la única manera de aprender realmente lo que necesitas saber para tomar buenas decisiones profesionales, sobre todo la parte que te concierne a ti, lo que te gusta hacer, lo que se te da bien y lo que de verdad te importa, es ponerte a ello, hacer cosas, salir ahí.

Sabrás que vas por buen camino, porque te gustará al menos parte del trabajo que haces y te sentirás competente en él. Querrás el siguiente trabajo. Y tendrás paciencia para ir ascendiendo, porque disfrutarás del camino.

¿Y si te desvías de este, como me pasó a mí?

Bueno, eso es algo que también aprenderás. Siempre que saques algo en claro de tu desvío, tendrás una idea mucho mejor de qué tipo de trabajo y profesión serán mejores para ti.

Y con esas habilidades de búsqueda de empleo que has desarrollado mientras tomabas ese desvío equivocado, estarás mejor capacitado para hacer realidad la opción que más te convenga.

Por cierto, te dejo con otro consejo profesional: los caminos tienden a volver a cruzarse. Así que intenta ser amable con la gente.

Siete años después de que Lou me leyera la cartilla, cuando me había convertido en un conocido analista de Wall Street, me tuvo como invitado en «Moneyline». Y, más tarde, una de las productoras de la CNN que me había dado guiones para subir y bajar escaleras, Diane Galligan, me contrató para presentar un programa para Yahoo!  Más adelante, contraté a Diane para crear nuestro negocio de vídeo en Business Insider.

La vida puede llegar a ser larga e inesperada. Y aprendemos sobre la marcha.

Así que, ¡a por ellos!

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