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Internet se ha llenado de muros y se acerca la hora de derribarlos

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Internet está en peligro. Su historia funciona como un péndulo. Se centraliza. Se descentraliza. Se vuelve a centralizar. Burbuja de las puntocom. Entusiasmo por la web 2.0. Oligopolio de multinacionales tecnológicas. Algunas de las amenazas a las que se enfrenta internet ya se expusieron en 2012.

Amenaza uno: gobiernos de todo el planeta intentando controlar las comunicaciones de sus ciudadanos. Amenaza dos: la pretensión de la industria del entretenimiento de acabar con la piratería. Amenaza tres: el auge de los jardines vallados, los ecosistemas cerrados en los que grandes multinacionales pretenden decidir qué software se puede publicar o no.

Para muchos expertos ese diagnóstico es certero. Sorprende, eso sí, quién lo hizo. Estas palabras son de Sergey Brin, uno de los fundadores de Google. Las pronunció en una entrevista con The Guardian hace doce años. Brin quería poner ejemplo de los riesgos que conlleva para internet la concentración de mucho poder en manos de compañías como Facebook o Apple. 

Paradójicamente, hoy se considera que tanto Apple como la propia Google son las grandes responsables de ese modelo de jardines amurallados. 

Apple es la propietaria de los sistemas operativos de sus iPhone o sus iPad —iOS o iPadOS—, y al mismo tiempo es la dueña de la App Store, hasta ahora la única vía en la que los usuarios podían descargar aplicaciones en sus terminales.

Google, por su parte, es la propietaria de Android. Aunque se trata de un ecosistema algo más abierto que iOS, es cierto que la tienda propietaria, Google Play, es de lejos la mayoritaria. Instalar aplicaciones procedentes de otras vías es posible, pero hacerlo supone completar un proceso muy tedioso y complejo.

Invocar ‘la web’ para evitar que internet se enclaustre entre los muros de las grandes tecnológicas

Así, cada vez hay más consenso en la idea de que estos ecosistemas limitan la libre competencia, perjudican a los usuarios y fragmentan internet. Así lo exponía en 2023 un informe del Departamento de Comercio de EEUU elaborado a instancias de una orden ejecutiva del presidente Joe Biden.

Aquel informe también ponía el acento en que centrarse en los ecosistemas móviles implicaría quedarse corto. También hay multinacionales cautivando a usuarios en jardines amurallados de coches, videoconsolas, ordenadores de escritorio o electrodomésticos. 

Sin ir más lejos, un cuento del escritor Cory Doctorow, Pan no autorizado, exploraba qué pasaría si se declarara en quiebra un fabricante de hornos inteligentes que solo permite hornear en sus dispositivos el pan de una sola marca. ¿Y qué pasaría si quebrara una tecnológica que solo permite a sus usuarios instalar aplicaciones de su propia tienda?

Este modelo de jardines vallados, de ecosistemas cerrados, se ha ido abriendo paso en los últimos años en detrimento de otro ecosistema bien conocido, más libre y abierto: la web. En la web cualquiera puede descargarse cualquier aplicación o programa e instalarlo en su dispositivo siempre y cuando no esté mediado por un software propietario de esta naturaleza.

Muerte de las redes sociales

En la Unión Europea ya se le ha intentado poner coto a esos jardines vallados, por ahora con desigual resultado. El Reglamento de Mercados Digitales, conocido como DMA —por sus siglas en inglés— empezó a aplicarse este mismo año. 

Pero por ahora poco ha cambiado. Esa norma obliga a que en estos jardines vallados exista la libre competencia, instando a que Google y Apple eliminen barreras para que en sus sistemas operativos —Android e iOS— nazcan otras tiendas de aplicaciones, más allá de su Google Play o de su App Store.

Apple ya abrió la mano, aunque con una serie de condicionantes que no han satisfecho a muchos desarrolladores y que Bruselas ya está investigando. Además, el proceso para que los usuarios puedan descargar aplicaciones en tiendas alternativas a la App Store es tan tedioso que impide a muchos usuarios completarlo.

Esos requisitos van desde obligar a los creadores de una app a pagar 50 céntimos por cada descarga que reciba su programa a partir del primer millón a exigir ser «miembro en regla» del Apple Developer Program para poder distribuir aplicaciones al margen de la App Store.

La lucha sin cuartel de una empresa malagueña: «Somos el canario en la mina»

«Mucha gente bienintencionada está intentando encontrar fórmulas para acabar con el control que Google y Apple tienen sobre los desarrolladores, especialmente después de las nuevas regulaciones. Pero se olvidan de algo crucial. Nada cambiará hasta que haya una separación verdadera entre la instalación de apps y el sistema operativo».

Quien decía esto es Luis Hernández, CEO y uno de los fundadores de Uptodown, una tienda de aplicaciones española basada en el ecosistema web que lleva años lidiando con el omnímodo control que tienen Google y Apple en el mercado de las apps móviles. «La verdadera pregunta es: ¿puedes instalar alguna app de internet sin que Google o Apple se involucren en el proceso?».

«Si la respuesta es no, entonces no hay ni neutralidad ni interoperabilidad. No importa qué acuerdos alcances con estas multinacionales, o qué requisitos pongan, o qué normas creemos. Sigue siendo su juego. Y en este punto, proyectos como Uptodown son el canario en la mina», lamentaba.

Uptodown lanzó hace varias semanas un servicio de suscripción para tratar de tener más autonomía en su modelo de negocio. Su principal vía de ingresos es la publicidad, pero en la compañía malagueña son conscientes de que el tráfico web está hoy día mediado por los constantes cambios de algoritmo del buscador de la propia Google.

Ese servicio de suscripción se presentaba como una fórmula para que los desarrolladores conserven «el control de sus aplicaciones» y los usuarios tengan «el canal más accesible para obtenerlas: la web». Así, Uptodown entiende la web como «una solución nativa que rivaliza con la solución de las grandes empresas tecnológicas» y quieren «garantizar» que «esto siga siendo así».

La historia de Uptodown es una historia de pequeños contra gigantes. Hernández viajó en numerosas ocasiones a Bruselas para participar en talleres en torno al Reglamento de Mercados Digitales cuando este estaba desarrollándose. Hasta su entrada en aplicación, Hernández estuvo optimista. Pero la realidad se ha impuesto.

Por esa razón, Uptodown no ha querido siquiera postularse para ser tienda de aplicaciones en iOS como alternativa a la App Store de Apple. No les merece la pena ni intentarlo. Prefieren consolidar su negocio y para ello su CEO, Luis Hernández, se ha mudado a EEUU. En una reciente entrevista con este medio, Hernández apuntaba que este año será «importante» en la industria.

«Las grandes compañías empujan a desarrolladores y a usuarios a espacios más grises. La gente cree que así todo está más controlado y es más seguro. Pero no es cierto. El ecosistema web sigue siendo seguro. Esa es la gran batalla», confesaba. Hernández cree que las grandes tecnológicas siguen un paso por delante de los reguladores, siguen amurallando internet.

También cree que este será un año «importante» porque además de la aplicación del Reglamento de Mercados Digitales en la Unión Europea, en EEUU también se están tomando medidas. La idea de que se acabe rompiendo Google en varias empresas no parece tan remota, y un juzgado norteamericano ya obliga al gigante del buscador a permitir la competencia entre tiendas de apps en Android.

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Cuotas de mercado absolutas y márgenes de beneficio desorbitados: la política de competencia entra en juego

En números, la App Store de Apple y Google Play ocupan más del 95% de la cuota de mercado de aplicaciones móviles. Algunas estimaciones llevan esa cifra más lejos, al 99%. Efectivamente, en el ecosistema de Apple, el 100% del mercado es de la App Store, al ser un jardín tremendamente amurallado.

Android, por su lado, acepta alternativas a la Play Store, aunque sus cuotas de mercado son insignificantes. 

En julio de 2021, Google Play estaba presente en el 100% de los dispositivos Android. La Galaxy Store, de Samsung, en el 39,5%. La tienda de apps de Xiaomi, en el 10,6%. AppGallery, de Huawei, en el 6,3%. La Amazon Appstore, en el 0,1%. APKPure, una tienda basada en el ecosistema web, como Uptodown, en el 0,002% de los terminales.

Estos datos se conocieron precisamente en el pleito en EEUU que enfrentó a Epic Games con Google. La compañía que dirige Tim Sweeney se ha enfrentado intensamente estos años a Google y a Apple después de que ambas tecnológicas retiraran Fortnite de sus tiendas de apps por un intento de la firma de puentear la pasarela de pago oficial de las tecnológicas.

De ese proceso judicial han salido una serie de datos emanados por «expertos de Epic» como por ejemplo los enormísimos márgenes de beneficios que arrojan estas tiendas de aplicaciones, que además de cautivar a sus usuarios en estos jardines amurallados cobran a los desarrolladores de las apps el 30% de todas las compras que sus usuarios realizan en sus servicios.

Así, se estimaba que en 2021 Google Play superó los 12.000 millones de euros y su margen de beneficios alcanzaba el 70%. En 2019, por las mismas fuentes, el margen de beneficios de la App Store de Apple era del 78%.

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Lo único que está claro es que internet es el espacio en el que todo el mundo puede competir, pero lejos de hacerlo ofreciendo un mejor producto que el rival, las grandes tecnológicas ofrecen servicios en los que cautivar a los usuarios, haciéndoles presos de sus propios entornos. Quien se compra un iPhone sabrá que solo podrá descargarse aplicaciones que Apple haya previamente autorizado.

Para evitar que los jardines amurallados dejen de existir, algunos argumentos empleados por sus propietarias tienen que ver con la necesidad de ofrecer seguridad a sus usuarios. 

En 2007, Skype pidió a la autoridad de competencia estadounidense que interviniese en un conflicto que mantuvo con las telecos. Las empresas de telecomunicaciones del país no querían permitir que Skype funcionara sobre sus redes, permitiendo a los usuarios hacer llamadas y conferencias en sus móviles al margen de la oferta de las operadoras.

Telecos como Verizon consideraban que abrir el uso de las redes a una plataforma VoIP como Skype pondría en cuestión la capacidad de las infraestructuras de redes de ofrecer un servicio seguro y fiable. Es un argumento que ya se ha convertido en casi folclore de la industria tecnológica.

Pequeñas tecnológicas como Uptodown no pueden competir por sí mismas con esos titanes tecnológicos que buscan mediar todo internet. Las políticas de competencia serán indispensables. Y esa es una idea que va calando en cada vez más lugares del mundo. En la Unión Europea con su Reglamento de Mercados Digitales, primero. En EEUU, después.

No sería la primera vez que las políticas de competencia tienen que poner orden en el ámbito digital. Hace más de 20 años Washington y Bruselas frenaron la vocación de Microsoft de controlar el mercado de los navegadores web. Internet Explorer venía en el paquete de Microsoft Windows. Las multas y órdenes de los gobiernos contuvieron al gigante tecnológico entonces.

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La historia de internet contada en un péndulo que acaba de llegar a un extremo

Es 2024. Internet es hoy una cosa muy distinta a lo que era en 1997, cuando estallaría la burbuja de las puntocom. También es una cosa muy distinta a lo que era en 2005, cuando Facebook apenas estaba naciendo.

Hace 20 años internet era el mundo detrás de un ordenador de sobremesa y un módem. Los cibercafés seguían existiendo —Madrid tuvo el segundo de Europa— y hablar del tratamiento de datos personales era una marcianada. Hace 20 años podía darse que una banda de música tuviera dos páginas: una creada por fans, y otra creada por su discográfica. Y que la primera fuese la mejor.

Hoy, internet es un oligopolio de grandes multinacionales tecnológicas. Los portales de la puntocom dieron paso a las redes sociales y ahora la red de redes quiere ser mediada por los titanes que quieren aislar a sus usuarios en sus famosos ecosistemas. 

En palabras de David Casacuberta, quien fuera el fundador del capítulo español de la Fundación Fronteras Electrónicas, «las plataformas se lo están comiendo todo». «El mantra del diseño actual es que tengo un móvil y quiero las cosas fáciles, busco en la App Store y no me quiero complicar la vida, no quiero alternativas».

«Juegan [las tecnológicas] todas esas cartas, la de la ciberseguridad y la de la fricción cero. Incluso en los Mac sucede: antes querías descargarte programas a través de terceros y te advertían que cuidado, que podía ser un troyano que destruiría tu ordenador y secuestraría a tu familia», ríe Casacuberta. «Pero se podía hacer. Ahora desactivar esas advertencias es algo más tedioso».

Sergio Salgado, coportavoz del colectivo Xnet, no cree que haya que culpabilizar a la gente. «Culpa a las instituciones», resume. Y tiene cierto optimismo. Al fin y al cabo, «internet a finales de los 90 ya era algo muy parecido», recuerda. «Existían los grandes portales de internet, la primera guerra de navegadores, el monopolio de Internet Explorer…».

Salgado considera que el concepto de web 2.0 que empezó a popularizarse entre mediados y finales de los 2000 —y que habitualmente se confunde con el auge de las redes sociales— es un concepto que sigue vigente. «Es el programa cultural más rompedor y revolucionario del siglo y no está en absoluto agotado», defiende.

Pero además abunda en que «la historia de internet siempre ha sido una historia pendular, con un péndulo moviéndose entre centralización y descentralización». «Los que somos suficientemente viejos quizá estemos más optimistas porque el péndulo ha llegado ya a un extremo».

«Los jardines amurallados no van a ningún sitio: no hay nada que pueda florecer en esos jardines»

Casacuberta cree que la única alternativa para que internet continúe siendo libre de estas cadenas es la apuesta decidida por el software libre. «La seguridad en las apps vendrían dadas por la comunidad y no por las empresas». Sin embargo, «vamos hacia un modelo catedral en el que grandes empresas lo diseñan todo y ocupan cada vez más espacio en nuestra vida».

«Google al principio era un buscador. Ahora lo es todo. Un procesador de texto, un gestor de correo, una plataforma de mapas. Hemos perdido nuestra capacidad de control y de crear a cambio de tener acceso a servicios con fricción cero», considera. Y cita algunos académicos que ya cuestionaban lo que se podía perder en el camino de la web 2.0:

«A finales de los 90 todos sabíamos HTML y todos podíamos hacer páginas alucinantes teniendo el control total. Con la web 2.0 aparecieron blogs, foros, ganábamos en facilidad de uso pero perdíamos en soberanía. La página venía hecha y eso también generó problemas a nivel estético. Todo se parece cada vez más entre sí. Todo es como muy aburrido».

«La posición de Xnet es que no hay que culpar a la gente ni culpar a internet: hay que culpar a las instituciones«, insiste Salgado. «La legislación antimonopolio de EEUU ha considerado internet un espacio de excepción y las instituciones han regalado la web, pero los jardines amurallados no van a ningún sitio: no hay nada que pueda florecer en esos jardines».

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«No es una economía generativa, es una economía extractiva. Son compañías cortoplacistas que piensan en la cuenta de resultados del trimestre, pero así no se genera riqueza. La riqueza se genera en el internet de toda la vida que no hemos perdido. Sigue ahí». No hay que inventar nada. «Solo aplicar una serie de cosas que ya existen: políticas públicas».

El filósofo y profesor David Casacuberta vive la situación de la web como un gran drama. «Pensamos que somos creadores pero somos creadores para patrones», dice en referencia a los propietarios de las redes sociales. «Y hay cierto discurso de darlo todo por inevitable, de que no tiene solución, un discurso similar al que se tiene con el cambio climático». «Que el capitalismo es inevitable».

Es 2024, al fin y al cabo. Internet ha cambiado mucho. Y sigue cambiando. La teoría del bosque oscuro recoge su nombre de una novela del escritor chino Liu Cixin y, además de ser una hipótesis astronómica, tiene su adaptación a internet. 

Esa teoría del bosque oscuro digital dicta que la gente está abandonando los grandes foros, el discurso público se está atomizando, y los usuarios de internet vuelven a espacios más íntimos, desde comunidades de Discord a grupos de chat, donde podrían volver a cocinarse grandes cambios.

Mientras esos cambios llegan, Sergio Salgado pone el énfasis en que no hay que culpar a la gente por usar Google ni asumir que internet se ha perdido. Cita conceptos como el de la enmierdación que propone Cory Doctorow. Y resume: «Hemos atravesado un momento oscuro entre 2016 y 2018. Ahora el péndulo ha vuelto a oscilar y tenemos muchas razones para ser optimistas».

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Etiquetas: Trending, Redes Sociales, Política internacional, Competencia, Internet

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