Extremadura

De Villamiel, ni jota ni burro

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El rugby Seis Naciones ha comenzado. Y no lo extraño. Para ser exactos, no me pierdo el primer cuarto de hora de ningún partido. Me emociona ver los estadios de Dublín, Cardiff o Edimburgo llenos y el público cantando los himnos nacionales con una pasión que me hace sentir emoción, admiración y envidia.

Cuando Irlanda juega en casa, el comienzo es fabuloso ya que se cantan tres himnos: el himno visitante, «Ireland’s Call», una canción tradicional escrita en 1995 con el objetivo de unir a los irlandeses de todas las ideologías, y «The Soldier’s Song», el himno oficial Canción del himno irlandés.

Hace una semana, Gales e Irlanda actuaron y se sintió más como un concierto que como un partido de rugby. Primero se cantó la ‘Tierra de nuestros padres’, un himno galés, y luego los dos himnos irlandeses ya mencionados. Fue sobrecogedor escuchar al estadio cantar a coro, poniendo alma en cada nota.

Lo malo es que, viendo esa ceremonia, un español, tras el subidón de adrenalina, desciende al abismo de la tristeza y la lástima. ¡Qué porquería escuchar ‘God Save the Queen’ o ‘La Marseillaise’ como manifestaciones entusiastas de un proyecto común! Estos himnos son símbolo de unidad y de objetivos comunes que aquí nos suenan tan raros que, cuando alguien habla de un proyecto de campaña, en el caso de Yolanda Díaz con su polémica reforma laboral, nos comprometemos, por miedo a hacer algo a la repentino en común y perder nuestro pedigrí Cainita.

En España, como no tenemos, ni siquiera tenemos letra del himno y cuando lo cantamos usamos el estribillo de ‘Lalala’, que parece ser nuestra particular ‘Flor de Escocia’, la escocesa himno para competiciones deportivas. Pero es que, además, tenemos la mala costumbre de silbar los himnos ajenos y no solo el himno español es abucheado en las finales de Copa entre el Barça y el Athletic de Bilbao, sino que, para gran escándalo e incredulidad de la prensa internacional , silbamos hasta los himnos de los países contra los que jugamos partidos oficiales de fútbol. En fin, somos así, qué vamos a hacer,

Hasta hace un par de años solo éramos opuestos ideológicamente, teníamos diferentes posiciones y no pasaba nada, pero una espiral de desprecio y rechazo nos llevó a un enfrentamiento emocional que nos empuja a rechazar y despreciar a quienes no piensan como nosotros.

Un estudio del Centro Superior de Investigaciones Científicas, el Instituto de Estudios Sociales y Avanzados y el Instituto IMOP reveló hace dos años, cuando empezábamos a entrar en la espiral de confrontación emocional actual, que la mayoría de los españoles prefería no relacionarse con quien tenía ideas diferentes a las tuyas; El 71,4% lamentaría que un profesor de sus hijos simpatizara con una ideología diferente a la suya y una cuarta parte de los españoles cree que los que no piensan como ellos son malas personas. Wow, ¿qué tal cantar juntos «Ireland’s Call»?

Hablando de himnos, recuerdo que Alberto Casero era alcalde y cantaba en un video que: “Estas son las fiestas y no las de la Huerta” y las Juventudes Socialistas de Trujillo lo acusaban de cantar canciones separatistas. Es como si este enfrentamiento estuviera en nuestros genes y en lugar de «Allons enfants de la patrie» preferimos: «De Villamiel, ni jota, ni burro, ni mujer y si te apuras, ni sacristán ni cura… Valdepeñas, valiente ciudad, más de cien tabernas y una sola librería… Benavente, buena tierra y mala gente… Piérdete, caga y vete… Chúpalo, Habla…».


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