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Hubo un tiempo en España, no tan lejano, en el que todos los periódicos salían del mismo sitio. Daba igual que una persona estuviera leyendo El Heraldo en Aragón o el Faro de Vigo en Galicia. Que estuviese consultando el Ya o El Caso. Todo el papel utilizado en la prensa española procedía de la misma factoría de Torrelavega (Cantabria): la emblemática Sniace.
Ahora, Sniace agoniza. Sus trabajadores y extrabajadores se resisten a ver aquí los últimos estertores de una de las industrias más potentes del norte. Pero en ele fondo son realistas: “Cuando alguien sobrevive a un infarto, ¿qué suele pasar con el segundo? Que se muere, ¿no? Pues Sniace acaba de sufrir su tercer infarto”, reconoce Antonio Pérez Portilla, delegado de UGT en Sniace Torrelavega y uno de los trabajadores más antiguos que quedan en la factoría.
Sniace está en pleno proceso de liquidación. La fábrica, originalmente de celulosa, se fundó en 1941. Conoció la dictadura, la Transición y la democracia. Aguantó las sucesivas crisis económicas de los 80 y 90. Encierros de sus trabajadores y duras reconversiones. Resistió incluso el cierre de 2013, que parecía ser definitivo. Llegó a tener mas de 4.000 trabajadores. Ahora tiene 450 y un cúmulo de circunstancias la han condenado a desaparecer tras una lenta agonía.
Y con ella, languidece Torrelavega. Una ciudad que se lo debe todo a Sniace, que vivió tiempos gloriosos y que ahora digiere su propio declive al ritmo de unos comercios que echan la persiana abajo por sistema. Igual que la cuenca minera asturiana. Igual que Ferrol tras la caída de los astilleros. La cordillera cantábrica se ha convertido en la cornisa de la depresión, mientras en esta crisis pasa de largo en el Pais Vasco.
Porque las cifras son demoledoras. Cantabria es la comunidad autónoma española en la que más subió el paro en 2019: un 19%. La región cerró el año con 30.800 desempleados, 4.900 más que en 2018. Una subida que contrasta con el porcentaje nacional: en España, el paro cayó el año pasado un 3,4% respecto al año anterior. Unas cifras aterradoras y muy próximas a las de sus vecinos asturianos. El Principado cerró el ejercicio 2020 con 1.600 parados más, lo que supuso un repunte del desempleo de un 12,86 a un 13,14%.
Mientras tanto, a unos pocos kilómetros de distancia, un microclima laboral: El País Vasco cerró 2019 con una tasa de paro del 9,2%, muy alejada del 13,84% registrado en el conjunto de España. El incremento de parados respecto a 2018 solamente subió un 1,4%, registrando algunas etapas de auténtico esplendor, como el tercer trimestre de 2019, cuando cerró con 7.200 ocupados más y 3.200 parados menos.
Generación tras generación
“Me llamo Borja, soy de Torrelavega, trabajo en Sniace, mi padre trabajó en Sniace y mi abuelo trabajó en Sniace”, relata uno de los trabajadores más jóvenes de la planta. Para él, como para la mayoría de sus compañeros, la liquidación de Sniace, que se ha acelerado en los últimos días, no es solamente el cierre de la empresa que les da de comer. Es también una cuestión personal, de vísceras. La empresa reinventó Torrelavega y ahora su cierre, entre otras cosas, se la está llevando por delante.
Sniace difícilmente va a sobrevivir este tercer infarto. El primero tuvo lugar a principios de los 80, cuando los trabajadores se encerraron 43 días en las instalaciones para que se escuchasen sus reivindicaciones. El segundo, el más reciente, sucedió en 2013 y acabó con el cierre de la factoría. Cual ave fénix que resurge de sus cenizas, volvió a ponerse en marcha en 2016. Y lo que más fastidia a los trabajadores que quedan es que este infarto les ha sobrevenido cuando el enfermo más se estaba cuidando.
“Tuvimos que hacer frente a la transición medioambiental. Se instaló una depuradora para no contaminar el río. Se construyó la planta de cogeneración, que es energía más limpia. Se recuperaron los clientes americanos, que son los más reacios a volver con un distribuidor que de alguna forma les ha fallado. Ahora en realidad hay potencial”, resume Portilla. Ahora, el enfermo estaba haciendo bondad. Había esperanza: un último proyecto de elaboración de toallitas. Pero se truncó en el último momento. La dirección de la empresa ya ha comunicado la liquidación a los trabajadores. La semana pasada se elaboró la última bala de celulosa. Sniace agoniza, esperando la señal que certifique su fallecimiento.
Sus trabajadores aguardan con incertidumbre, en una actitud que comparten con la mayoría de los vecinos de Torrelavega, la segunda ciudad más importante de Cantabria tras la capital, Santander. “Fuimos una ciudad mucho más importante que mucha capitales de provincia. Ahora peleamos por no bajar de los 50.000 habitantes. Hace años que no se aprueba un plan social, no se abren industrias y se cierran muchas tiendas”, resume uno de los comerciantes que también tuvo que bajar la persiana.
¿El próximo Detroit?
Porque Torrelavega, si nadie lo remedia, va camino “de convertirnos en otro Detroit: una ciudad que fue muy próspera y que se vio abandonada y abocada a la catástrofe tras el cierre de sus empresas más importantes”, cuenta este ya excomerciante de la calle de Manuel Carrera. Uno de los ejes principales del casco urbano de Torrelavega y, tal vez, la calle con más comercios cerrados de la ciudad.
Pero no es la única, tal y como advierten en la Mercería Helmar, uno de los pocos negocios que resiste en esa zona. Mantener un comercio abierto en esta parte del municipio es, hoy día, una especie de gesta heróica que los mismos vecinos le reconocen en publicaciones de Facebook. La dueña pide “que no os centréis solamente en esta calle, porque no sabes qué agobio es que cada día venga la gente a decirte “Uy, están todas las tiendas cerradas. Vosotros también acabaréis cerrando, ¿no?” Y es molesto, porque tiendas cerradas hay por todos los sitios del pueblo, aunque aquí se note mucho”.
Y tiene razón. Lo mismo sucede en la calle Ruiz Tagle, otra de las vías céntricas del municipio y otrora un lugar lleno de vida. Ahora se acumulan los locales vacíos con sus carteles de “Se alquila” y las persianas bajadas. También en las callejuelas adyacentes. Torrelavega no es Detroit, pero lleva camino de serlo. Lo mismo que otras de las ciudades importantes del Cantábrico. Langreo y Mieres, las capitales de las cuencas mineras asturianas, ya pasaron por ese proceso cuando se desmanteló la minería. No se han vuelto a recuperar y las imágenes de sus calles son devastadoras.
“No creo que en al País Vasco suceda esto”, protesta Felipe, uno de los vecinos de Torrelavega que nació en Castro Urdiales y se mudó porque su padre trabajaba en Sniace. Felipe que cree que a sus vecinos se les ha tratado con más cariño desde todas las administraciones. “Los vascos también tuvieron que desmantelar industrias, los altos hornos y todo aquello. Pero yo, que sigo yendo a Castro Urdiales a menudo y hace frontera con el País Vasco, no veo que los chavales de Bilbao se tengan que ir de su tierra para buscarse la vida”.
En Cantabria sí sucede. No hay futuro fuera del turismo. No se implantan nuevas industrias, y las que ya existían y soportaron el peso económico de la región, se apagan lentamente ante la pasividad de las sucesivas administraciones. “Se han ido muchas, pero si cierra Sniace es un puñetazo en plena cara de Torrelavega. Porque nadie se imagina esta ciudad sin Sniace y porque esa empresa permitió que Torrelavega creciese y se convirtiese en lo que ha sido siempre: una ciudad próspera e importante”, resume un vecino en un bar ubicado al lado de la monumental iglesia de la Virgen Grande.
El oasis vasco
El País Vasco es una especie de oasis en esta depresión que azota el Cantábrico. Es la única comunidad que se mantiene económica y socialmente fuerte tras los sucesivos desmantelamientos industriales: “Han gritado más, han pataleado más y han conseguido más dinero, no hay más”, rebate otro vecino que apura en una terraza una tarta de hojaldre, el dulce típico de Torrelavega: “Tanto, que hasta tenemos una cofradía del hojaldre. Aquí es religión”, puntualiza.
Los tratos del ejecutivo vasco con su homólogo central han sido tremendamente ventajosos para la gente de la zona. Mientras, en Cantabria, Asturias e incluso Galicia adolecen de alternativas laborales sólidas, ven como las empresas de siempre cierran y no le ven el final al túnel: “Mientras tanto, Revilla paseándose por las teles. Es un meme, Revilla. Para llevarle unas anchoas a Ferreras, al de La Sexta Noche, al Rey o al que sea, sí que está. Pero un plan de trabajo para que los jóvenes no nos larguemos de Cantabria… eso no. Yo no veo ue haya conseguido que vengan empresas nuevas”, se queja otro de los jóvenes que trabaja y vive en Sniace. Porque Sniace no fue solamente una empresa, sino un pueblo, una ciudad, una forma de vida.
“Me cuenta mi padre la riada de gente que veías venir a la fábrica por la mañana. Llegó a tener casi 4.000 trabajadores directos. Eso sin contar los indirectos, porque por ejemplo mi abuela no trabajaba en la fábrica, pero era cocinera en los comedores donde iban los operarios. Se hizo un colegio, tres colonias de viviendas para los trabajadores, comercios… Sniace le dio la vida a Torrelavega y nadie se iba de aquí. Al contrario, venía gente de fuera. Del resto de Cantabria y del resto de España. Había trabajadores malagueños, extremeños, gallegos y de todas partes”. Ahora, la plantilla se ha visto reducida drásticamente. No llega al medio millar de trabajadores, que siguen con el corazón en un puño.
¿Hay solución?
¿Hay solución para este problema? En Sniace creen que sí: “No se trata de cerrar y montar otra cosa. Se trata de reinventarnos. Tenemos los medios humanos y materiales. Siempre se ha trabajado muy bien en Sniace y hemos ido adaptándonos a los diferentes cambios. Al principio era solamente celulosa, pero después se incorporaron nuevos productos. La empresa tiene patentados unos eucaliptos que no pillan las enfermedades más comunes. Con el residuo que genera esta madera, hay otra empresa que fabrica otros productos químicos. Si hubiese voluntad, se salvaría. Voluntad y un plan”, sostiene el sindicalista Portilla.
Cuando habla de “un plan” se refiere a una estrategia que se traduzca en puestos de trabajo, y que (según dicen los vecinos) no ha llegado por parte de ninguna de las administraciones. Ni central, ni regional ni municipal. “A ver, que el Ayuntamiento no da puestos de trabajo, pero lo que no puede ser es que ahora mismo tenga más trabajadores el Consistorio que la Sniace, que es la fábrica que ha sustentado Torrelavega desde que existe. No tiene sentido”, se queja Felipe.
Recuerda otro vecino una viñeta del dibujante El Roto (gran conocedor de Torrelavega) en la que salían unas chimeneas humeantes (casi el icono de este Cantábrico industrial que ahora agoniza) y un obrero que decía: “Cuando no echan huno me duele el estómago”. Y apunta ese vecino a que “somos conscientes de que los tiempos han cambiado. Que ahora lo que importa es el medio ambiente y sobran las chimeneas. Pues igual “el plan” pasa por quitar las chimeneas y poner, no sé… pantallas, por ejemplo. Un clúster informático, una empresa tecnológica, un… lo que sea. Pero lo único que quieren desde nuestro gobierno es orientarnos al turismo. Revilla querría que Cantabria fuese un parque temático, pero no se da cuenta de que del turismo solamente se vive tres meses, y Torrelavega no tiene costa. A ver cómo lo hacemos”.
“No hemos llorado lo suficiente”, insisten en Torrelavega, que se refieren “a llorarle al estado para que haga inversiones aquí, porque llorar ya estamos llorando por el cierre de Sniace desde hace mucho tiempo”. Nadie se imagina al pueblo sin la fábrica, porque la fábrica es el pueblo. Entretanto, los últimos camiones siguen llegando a Sniace, en una estampa en peligro de extinción. Sangra Cantabria por el empleo y pide una transfusión urgente. Asturias muere del mismo mal. Y mientras, el próspero País Vasco goza de una salud laboral envidiable. Son sólo unos kilómetros de distancia, pero parecen mundos diferentes.
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