“Nunca pensamos que esto pudiera pasar”

Maikee Geurts, 46 años, enarca las cejas y niega con la cabeza, como si no terminara de creérselo, cuando le preguntamos si se esperaba este éxito cuando junto a su marido, Tibor Strausz (48 años), ambos informáticos, ambos holandeses, compraron este pueblo abandonado de Burgos, Bárcena de Bureba, hace más de dos años con la intención de montar una ecoaldea. "Estamos muy sorprendidos, la verdad, nunca pensamos que esto pudiera pasar, nos va mucho mejor de lo esperado", afirma Maikee mientras recorremos con ella una localidad que empieza a recobrar la vida.
Cuando llegaron desde Ámsterdam, tras adquirir el pueblo por alrededor de 350.000 euros con la idea de crear un lugar sostenible y autosuficiente, no había más de que 60 casas de piedra sillar en ruina, terrenos invadidos por la maleza y caminos y prados intransitables.
Rick (32 años), holandés, es uno de los nuevos vecinos de Bárcena de Bureba en Burgos. / JOSÉ LUIS ROCA
Ahora, tras mucho trabajo colectivo, hay varias casas reformándose, fincas desbrozadas, letreros de colores con los nombres de las calles -Calle 'Iglesea', dice uno-, una yurta y una caravana donde viven por ahora (hasta que estén listas sus casas) otras dos familias holandesas, varios árboles de Paulownia tomentosa plantados, que serán clave para el futuro "ya que en siete años darán madera", y hasta una finca decorada para Halloween en la que cintas de plásticos colgadas de un cordel lanzan mensajes por la paz en Gaza.
Además está Carlos, ingeniero informático español que compró la casa hace más de 40 años y ahora vive aquí, o Henz, extrabajador de una fábrica de fotografía industrial, también holandés, que en su país oyó hablar de unos compatriotas que compraron un pueblo en España y, tras recorrerse buena parte del país buscándoles, dio con ellos hace apenas tres semanas.
Vista de la iglesia de Bárcena de Bureba, tomada con un dron. / JOSÉ LUIS ROCA
"Mira, esta casa es mía, ya la he comprado", asegura apuntando a un amasijo de paredes y vigas arrumbadas que al menos mantiene la fachada en pie. "Y allí, voy a montar un bar, un bar es lo que da vida al pueblo, el punto de encuentro", afirma mientras señala uno de los edificios principales del municipio, en una de cuyas paredes se explica en varios paneles el proyecto, llamado Arbdol, que mezcla la palabra castellana “árbol” y “tierra” en holandés y que Maikee y su marido, Tibor Strausz han bautizado como “Una historia regenerativa”.
Uno de los últimos vecinos son Álex, un joven de Girona que es el manitas del pueblo, y su pareja, embarazada
Su idea es inspirar a la gente para demostrar que se puede vivir de otra manera. Usando y transformando la energía procedente del sol, obteniendo el agua del riachuelo que cruza la vega del pueblo y alimentándose de un bosque frutal que están ya diseñando en uno de los extremos de la localidad, abandonada en los años 70 precisamente por no tener electricidad.
Henk, un holandés jubilado, llegó hace tres semanas a Bárcena de Bureba para quedarse a vivir allí. / José Luis Roca
Son las 11.15 de la mañana y Maikee sortea deprisa los pequeños charcos que nos vamos encontrando camino del barrio sur, el de la iglesia románica, que, cómo no, también se cae a pedazos. Su marido y sus hijas se han quedado hoy en Briviesca -a media hora en coche-. Él, para trabajar; las niñas -Trisa y Riva-, para ir al colegio, bilingüe, que hace las delicias de las pequeñas, de 9 y 10 años.
"Les encanta. La experiencia para ellos también está siendo mejor de lo esperado. Entienden mucho y son tan pocos que casi tienen clases particulares", afirma Maikee, que por ahora, con su familia, duerme entre semana en el piso de Briviesca mientras acaban de reformar su vivienda, que ya va cobrando forma con su trabajo y el de Álex, un joven de Girona que es el manitas del pueblo. "Es quien nos está ayudando con muchas cosas", reconoce Maikee.
Tras un periplo trabajando de cocinero por media Europa Álex, alrededor de 25 años, ha llegado aquí junto a su pareja, una joven estadounidense con la que va a tener un niño en pocas semanas. "Estaba buscando algo así, vivir en la naturaleza, llamé un día a Maikee y me gustó el proyecto", aprecia el joven, que vive por ahora en lo que va a ser la casa para los voluntarios que vengan a trabajar al proyecto y que sirve de base de operaciones y como refugio nocturno. Hay una cocina, una suerte de despensa y un amplio salón de estar. "Mi casa estará más allá", dice ilusionado señalando una hilera de viviendas arrumbadas en un camino que serpentea hasta un altozano.
En el pueblo viven ya cuatro familias holandesas, Álex y su pareja, y Carlos, un ingeniero jubilado
Sobre las 12.30 Maikee se disculpa "porque vienen los de Ikea". Vienen a traerle varios muebles, un frigorífico y una lavadora para "la casa de los voluntarios", que ya comienza a coger forma: tiene varias ventanas de cristal ya colocadas que aíslan del frío. "Es que aquí hace frío, sí", admite Álex, que ha encontrado en Bárcena, a priori, su lugar soñado. "Quería alejarme de la ciudad. Se vive mucho más tranquilo en lo rural. Por ahora no tenemos mucho confort, pero en unos meses sí", barrunta, además de presumir de que "debemos ser ya el pueblo con más niños de la comarca".
Sanny y Cristof, otra pareja holandesa, viven por ahora en una mobil home, mientras Rick, Mirthe y Vos (tres años), de Bélgica y Holanda, lo hacen en una yurta en uno de los collados del pueblo. "Buscábamos un proyecto para vivir en el extranjero, para vivir de una forma distinta, y leímos sobre Maikee y Tibor en la prensa local", afirma Rick, que está levantando con listones de madera una suerte de porche. Su mujer, embarazada de siete meses, se ha ido a Valladolid al ginecólogo mientras él se ha quedado con el pequeño.
Maikee, que compró este pueblo abandonado de Burgos hace dos años junto a su marido Tibor, está trabajando en el interior de su nueva casa. / JOSÉ LUIS ROCA
"Nos gusta mucho estar aquí", confiesa Rick, que ha comprado dos casas arrumbadas justo al lado de donde ha colocado la yurta. "Queremos pasar aquí todas las estaciones a ver cómo es y si nos gusta quedarnos definitivamente", confiesa este ingeniero en telecomunicaciones que trabaja tres días en semana con su portátil desde Bárcena para una empresa internacional.
Además de Trisa y Riva, las hijas de los 'refundadores' del pueblo, y de Vos (de tres años), vienen dos bebés más en camino
- ¿Y no os da un poco de respeto el frío que podéis pasar?
- La yurta está muy bien aislada. Tiene una capa de lana de oveja, y dos capas más, una de ellas impermeable
Repartidores traen a Bárcena de Bureba un pedido de Ikea con lavadora y frigorífico; En primer plano varios paneles solares. / JOSÉ LUIS ROCA
Las más de 70 placas solares repartidas por el pueblo dan electricidad a todos los vecinos por ahora, aunque Maikee y Tibor confían en que traigan pronto la batería de alta capacidad que compraron en verano y que permitirá almacenar mucha más energía, facilitando usar bombas de calor y frío para aclimatar las viviendas, algo que ya hacen.
Entretanto, algunos vecinos usan bombonas de gas. "Queremos llegar pronto a las 140 placas y estamos estudiando colocar un molino de viento también", apunta Maikee, que no deja de sorprenderse por cómo se precipitan los acontecimientos [en apenas mes y medio serán 15 vecinos ya]. “Tenemos un estudio de arquitectura de Madrid que quiere construir un centro de yoga y danza”, dice sorprendida.
Carlos, cuya madre nació en un pueblo cercano y compró su casa en Barcena hace más de 40 años, es el que tiene la vivienda más avanzada. Tiene una calefacción de leña que calienta toda la casa y en una suerte de sobera tiene dos docenas de huevos de pato incubando que presumiblemente pronto, cuando nazcan, van a ser una de las atracciones del pueblo. Él mismo está reformando las habitaciones y terminando el tejado. "Los expertos me dicen que no está muy bien, pero que se mantendrá", afirma el hombre, que está ayudando mucho en los trámites administrativos del nuevo renacer del pueblo. Que los hay, y muchos.
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