Extremadura

«Nadie quería matar o morir»

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“Con un consenso político no habría muertos en nuestras alcantarillas”, dice Alejandro Torrús, autor del trabajo

PAMPLONA, 9 de marzo (PRENSA EUROPA) –

Alejandro Torrús (Elche, 1988) presenta su primer libro La gran evasión española (Ediciones B, 2022), la historia de cómo 795 de los cerca de 2.500 presos que permanecían en la prisión franquista de la fortaleza de San Cristóbal lograron fugarse de la fortaleza, una fuga documentada en más de 300 páginas en un “collage” en el que el autor da forma a la historia ordenando testimonios, memorias y trabajos anteriores de otros autores.

La primera vez que Alejandro Torrús tuvo conocimiento de lo que ocurría en la Fortaleza de San Cristóbal fue en 2013, cuando descubrió la labor del Instituto Navarro de la Memoria, que estaba elaborando un plan de exhumaciones para recuperar los cuerpos de los fugitivos

Durante la última década ha recopilado información, desde libros a reportajes, entrevistas y testimonios familiares, y cuando le pidieron que escribiera un libro tenía claro que su primera obra editorial sería la historia de la prisión de Franco en Navarra.

Y todo ello, como explica en una entrevista a Europa Press, “en busca de un lenguaje divulgativo y tratando de huir de lo académico” para llegar a esos lectores que nunca acudirían a la estantería para encontrar un libro sobre memoria histórica entre manos.

CUATRO PATAS, UNA HISTORIA

Para dar forma a La gran huida española, el trabajo anterior de investigadores como Félix Sierra e Iñaki Alforja; Fermín Ezkieta; y Amaia Kovash es «fundamental». Entre los primeros destaca la recopilación de testimonios de sobrevivientes; en segundo lugar, su “tarea monumental” para la localización de las fosas a partir de los testimonios de los vecinos de la zona; y del tercero, toda la información que se pudo extraer del trabajo en red fomentado por las madres, esposas y hermanas de los internos del fuerte.

Hay una «cuarta pata» para completar la obra, como las reminiscencias de los internos en varios libros o entrevistas que se han publicado en los últimos años.

El autor ilicitano ha reunido los trozos de historia ya escritos y le ha dado un hilo conductor que gira en torno a la salida masiva de la fortaleza, con un guión no lineal y rodeado de historias satélite que envuelven el núcleo narrativo.

El Fuerte San Cristóbal «nunca fue concebido como una prisión» ya que tenía un propósito defensivo, por lo que vivir un preso en un edificio que no tenía celdas y estaba construido bajo tierra resultaba en condiciones de vida que «no eran buenas». pues al maltrato se sumaban las enfermedades que surgían de la intensa humedad.

Según cuenta Torrús, el perfil de los inquilinos del fuerte variaba mucho, pero con mayoría gallegos, castellanos y leoneses, a los que hay que añadir un gran número de «gudaris» vascos y navarros que combatieron en la guerra civil.

Los internos de Galicia y Castilla y León no eran «prisioneros de alto perfil ni figuras republicanas reconocidas», ya que la «gran mayoría» consideraba un delito penal la afiliación a sindicatos de izquierda. «Jornaleros agrícolas, algún maestro… clases medias y bajas que ni siquiera pelearon en la guerra».

MORIR O IR LENTAMENTE HACIA TU MUERTE

En el momento de la fuga, la información que manejaban la mayoría de los presos era «confusa y nula», ya que solo treinta sabían lo que estaba a punto de suceder.

Apenas se abrieron las puertas se propagó la «desinformación», ya que la gran mayoría ni siquiera sabía lo que estaba pasando, creyendo algunos incluso que habían sido liberados por el ejército republicano.

«La vida en la fortaleza era un lento camino hacia la muerte. Cada dos o tres días había un preso muerto. Muchos de los refugiados sabían que salir de prisión era tirar una moneda al aire y significaba elegir entre morir dentro o fuera”, explica Torrús, quien añade que “la elección a la que se enfrentan muchos presos es simplemente decidir cómo morir”.

Citando a la prensa navarra de la época, la historia contada en el momento de la fuga fue: «Un grupo de viles y peligrosos ladrones había salido de la prisión poniendo en peligro a toda la población».

En este contexto, y en una zona donde había triunfado el golpe, se desarrolló un clima de cooperación cívica con el objetivo de «cazar a los rojos fugados», «encontrar presos fugados» para entregarlos a las autoridades franquistas.

«DONDE HABÍA UNA CÁRCEL DE FRANQUISMO, HABÍA UN NÚCLEO DE RESISTENCIA DE MUJERES»

La obra de Alejandro Torrús destaca el trabajo silencioso de las esposas -esposas, madres, hermanas- de los presos que formaban un “núcleo organizado de resistencia” que era común allí donde había una prisión franquista.

Un trabajo que pretende que «nadie se quede atrás» y pueda garantizar «un mínimo de condiciones de vida» llevando a los reclusos comida, ropa o medicinas.

En este punto Torrús cuenta anecdóticamente cómo, en una conversación con un descendiente de un prisionero de la fortaleza, le mostró un cuadro con el que era la esposa de su antecesor, mujer a la que no conocía; una mujer que «tenía un historial de lucha tan sólido» como el de su marido.

“En esta transición hemos heredado historias de lucha y de andanza de los hombres, pero hemos olvidado la lucha de nuestras abuelas y bisabuelas, que también resistieron, que lucharon contra las represalias de su pueblo y que quedaron viudas en una posguerra. España donde vivían sus familias tenían que mantenerse”, argumenta.

«NADIE QUIERE MATAR, NADIE QUIERE MORIR»

De los dos capítulos que Torrús dedica a la narración de la fuga, admite que una parte, sólo una, va más allá de lo documentado, y es el lema de los guías de la fuga: «Nadie quiere matar, nadie quiere morir». premisa que «da estructura» a todo el capítulo.

A partir del estudio de cómo sucedió todo, Torrús asume que la voluntad era «ni matar ni dejarse matar».

Hasta el momento se han abierto quince fosas de presos que participaron en la fuga, pero «siguen desaparecidos muchos, incluso más de un centenar».

«CON CONSENSO NO HABRÍA MUERTOS EN LAS TRINCHERAS»

Alejandro Torrús, experto en memoria histórica, cree que la voluntad política, más allá de la legislación, es la herramienta más poderosa para curar heridas

“Una ley de la memoria sería secundaria si hubiera consenso. Euskadi es un ejemplo de ello. Trabajó y sacó a sus muertos de las trincheras, con medidas concretas y sin ley aprobada, por decreto, con un derecho que no fue contradicho. Con voluntad política no quedarían muertos en las trincheras”.

En cualquier caso, admite que aún queda mucho por hacer, sobre todo labor educativa. Como ejemplo, recuerda cómo el pasado mes de septiembre, cuando el Instituto Navarro de la Memoria identificó a uno de los ejecutados que había participado en la fuga mientras entregaba los restos a sus familiares, puso de manifiesto cuánto trabajo queda por hacer. .

A un miembro de la Asociación de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Dueñas, que acudió al acto y vestía una camiseta con una estrella con los colores de la bandera republicana, se le impidió el acceso a la Fortaleza de San Cristóbal.

“Cuando visitamos el sitio, un oficial del Ejército -actual administrador del fuerte- le dijo que no se podía entrar con una bandera anticonstitucional”, recuerda. “Pero la tricolor no es una bandera anticonstitucional, al contrario, es la bandera de la primera experiencia democrática. Si somos un país democrático, las raíces están ahí. Episodios como este retratan a la perfección el olvido y el olvido que hay en este país».


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