En 2018, Derek trabajaba 80 horas a la semana como asistente legal para un importante bufete de abogados en la ciudad de Nueva York, su primer trabajo fuera de la universidad. Tenía novio, pero no se veían mucho: «Era solo un chico con el que me metía en la cama a las 3 de la mañana, y luego se despertaba y se iba a trabajar mientras yo aún dormía».
A los cuatro meses de empezar a trabajar, Derek fue enviado a un viaje de trabajo de dos meses a Singapur, junto con un equipo de abogados a los que apenas conocía. Al principio estaba nervioso y aislado, trabajando 14 horas diarias en una pequeña habitación de hotel. Pero pronto hizo buenas migas con Brendan, un abogado que compartía su sentido del humor. Pronto empezaron a explorar juntos la ciudad y a pasar el rato en sus respectivas habitaciones.
«Me despertaba con ganas de verle», recuerda Derek. «Nos reíamos mucho y nos burlábamos de los demás. Nos enviábamos muchos mensajes clandestinos mientras había otras personas en la habitación». (Derek, como otros que me han contado sus enamoramientos laborales, ha hablado bajo condición de anonimato).
La última noche del viaje, acabaron de nuevo en la cama del hotel de Brendan, viendo la tele. Cuando Derek se levantó para irse, se dieron un abrazo. Duró un minuto entero.
«Fue muy extraño», dice Derek. «El corazón me latía con fuerza, como si tuviera que hacer algo. Pero los dos teníamos pareja, y no quería ser esa clase de persona». No pasó nada. Derek se fue a la cama.
La mañana siguiente fue dura. «Recuerdo despertarme muy triste y subirme al avión sintiéndome muy triste. No sabía cómo sería nuestra amistad de vuelta en Nueva York». Pero cuando el largo vuelo aterrizó, encendió su teléfono para descubrir que Brendan ya le había enviado un mensaje.
«Sólo recuerdo este sentimiento de euforia», dice Derek. «Vale: vamos a seguir siendo amigos».
Es muy probable que, independientemente de si estás soltero o en pareja, tengas un crush‘ por alguna persona en el trabajo, o puede que sea algún compañero quien haya tenido esa sensación de flechazo por ti. Año tras año, en las encuestas anuales de la Sociedad de Gestión de Recursos Humanos, aproximadamente la mitad de los encuestados afirman tener un crush con un compañero. En toda la oficina, tus jefes, subordinados directos y compañeros pasan una parte incalculable del tiempo de trabajo soñando despiertos o flirteando entre ellos.
Aunque la palabra crush se haya puesto de moda últimamente los flechazos en el trabajo no son nada nuevo, y siguen existiendo a pesar de los cambios que se están produciendo en el mundo laboral y en el de las citas. Una investigación dirigida por Michael Rosenfeld, de la Universidad de Stanford, sugiere que durante gran parte de los años 80 y 90, el trabajo era la segunda forma más común de conocerse entre parejas heterosexuales (después de los amigos en común), y la tercera, después de los bares y restaurantes, para las parejas del mismo sexo. Las apps de citas cambiaron esta situación, al tiempo que modificaron la manera de relacionarse. «Las apps establecen una especie de estándar en el que está mi vida romántica y luego está todo lo demás», dice Manny, un investigador de mercado de 28 años. «Mezclar las dos cosas sería una especie de transgresión. No quiero incomodar a nadie».
A pesar de algunas reacciones en sentido contrario, el movimiento #MeToo nunca se propuso poner fin a los romances consentidos en el trabajo. Se refería explícitamente al comportamiento no consentido y al abuso de poder. Pero sí fomentó una mayor conciencia de lo que significa el consentimiento y el respeto a los compañeros. La reconsideración de la conducta en el entorno laboral, romántica o de otro tipo, se vio exacerbada por el aumento del teletrabajo, impulsado por la pandemia. Pocas veces el «trabajo» y la «vida» han estado tan entrelazados, deformando la socialidad en el lugar de trabajo de un modo que los investigadores aún están tratando de comprender.
Pero a pesar de todos estos cambios, los enamoramientos en el entorno laboral siguen siendo muy frecuentes. ¿Cómo no iban a serlo? Al fin y al cabo, pasamos la mitad de nuestra vida en el trabajo. «Cuando pasas suficiente tiempo con alguien y trabajáis juntos, es natural que surjan sentimientos de afecto», afirma Sean Horan, que preside el departamento de comunicación de la Universidad de Fairfield y estudia las relaciones en el mundo laboral. «Si trabajamos constantemente, a expensas del ocio, ¿cómo conocemos a la gente si no es en el trabajo?».
Los enamoramientos de oficina, en todo su esplendor y sufrimiento, siguen configurando nuestra vida laboral de forma profundamente significativa. Tienen el poder de sacar lo mejor de nuestro trabajo y de transformar una oficina que nos destroza el alma en una experiencia que esperamos y disfrutamos. También tienen el poder de transformar una experiencia de oficina agradable en una que nos destroce el alma.
En 2013, Karis, arquitecta de veintitantos años, empezó a trabajar en una empresa de prestigio de Chicago, en Estados Unidos. Era un trabajo con el que había soñado, pero se sentía como una impostora. A diferencia de muchos de sus compañeros, no había crecido en una familia acomodada, y la opulencia de la oficina le producía mucha «ansiedad de clase, sobre lo que llevaba, cómo era su aspecto, qué impresión daba», confiesa.
Stefan, el jefe de Karis, se interesó especialmente en ella. Era una especie de estrella del rock en su campo, joven y muy respetado, objeto de reportajes en revistas y elogios del sector. Él la elogiaba constantemente y le asignaba proyectos en los que ella creía que «no tenía nada que hacer», dice. También la cuidaba: cuando un compañero empezó a hacerle insinuaciones agresivas, Stefan la ayudó a denunciarlo a Recursos Humanos. «Había una continua fijación», dice de él, «y mantenía un contacto visual directo, una especie de mirada anhelante». Congeniaban dando largos paseos y con «conversaciones largas y farragosas».
Aunque Karis estaba felizmente casada, su afecto por Stefan floreció, al igual que su trabajo. Tener un crush estimuló su creatividad y le dio nuevos incentivos: quería hacer un buen trabajo y que Stefan se diera cuenta.
«El mundo laboral es un sitio muy especial para el apego», resume Helen Fisher, antropóloga y asesora científica jefe de Match.com. «Como pasas el día con alguien, estás sometido a las mismas presiones. Tienes la misma comprensión de toda esa gente que te rodea. No puedo hablar con mi marido de la gente de mi trabajo: no la conoce». Los seres humanos somos, como ella dice, «animales de pareja»: dondequiera que nos encontremos, tendemos a refugiarnos en nuestra (otra) persona.
Lo que ocurre es que hay pocos lugares en la vida moderna que nos permitan conocer a la gente poco a poco, a lo largo del tiempo. «Si conoces a alguien en una app de citas, se supone que debes saber lo que sientes entre la ensalada y el postre», dice Lakshmi Rengarajan, investigadora sobre la cultura de las citas y las relaciones en el lugar de trabajo. «Y eso no es realista todo el tiempo».
Rengarajan, que ha trabajado como directora de diseño de eventos de Match.com y como primera directora de conexión en el entorno laboral de WeWork, ha descubierto que las atracciones en la oficina acumularse a través de contactos fortuitos. Cuando pregunta a la gente cómo surgieron sus sentimientos, sus respuestas suelen ser mundanas y «un poco graciosas: Dios mío, le vi rellenar el papel de la fotocopiadora, me limpió la taza de café o me ofreció traerme un sándwich». La gente se enamora de sus compañeros de trabajo de maneras sorprendentes, y no necesariamente por cosas que uno anunciaría en un perfil de citas. Es más, el hecho de que salir con un compañero de trabajo sea arriesgado puede imponer una distancia que permita que los sentimientos se intensifiquen.
Jim, al fin y al cabo, ni siquiera le pide una cita a Pam hasta el final de la tercera temporada de The Office.
«Era la razón por la que me levantaba e iba a trabajar por la mañana», dice Karis sobre su flechazo. «Porque quería diseccionar cada interacción que teníamos, para buscar pistas de que estaba locamente enamorado de mí». Y añade: «Me entristecía los días que no estaba en la oficina. Me decía a mí misma, ¿qué hago siquiera aquí? Me he gastado tanto dinero en ropa«.
A los tres años de trabajar con Karis, Stefan dimitió de su bufete. En su discurso de despedida, la elogió profusamente, lo que hizo que ella se enamorara aún más de él. Un año después, le ofreció un puesto en otra empresa. Aunque Karis adoraba su trabajo, «le seguí, con la excusa de que cualquier lugar que él eligiera sería bueno».
Cuando un trabajo va bien, un crush puede parecer la razón principal de que sea tan emocionante. Pero cuando el trabajo te está destrozando, un flechazo puede ser una vía de escape: hacia tu propia cabeza, o hacia el mundo privado que existe entre los dos. Un antiguo camarero de Toronto me habló de un flechazo que tuvo durante las pausas para fumar. Dejarse llevar en un flechazo es un pequeño acto de voluntad en un espacio donde tu voluntad está restringida. Es un poco ilícito —es emocionante encontrar intimidad donde no debería haberla—y es algo que puedes hacer solo o acompañado.
Eso es lo que descubrió Derek cuando regresó de su viaje de trabajo. De vuelta a su bufete, sus jornadas eran intensas y a menudo agotadoras. «Algunos de los abogados eran absolutamente terribles, las personas más malas que he conocido», dice. «Me tiraban cosas. Me gritaban». Su amistad con Brendan, mientras tanto, florecía, pero seguí siendo encubierta. Cuando se cruzaban en el pasillo, apenas se saludaban. Pero cuando estaban en sus mesas, se enviaban mensajes de texto constantemente.
Dejarse llevar en un flechazo es un pequeño acto de voluntad en un espacio donde tu voluntad está restringida
«Era como tener un amigo online que no me hablaba en la vida real», dice Derek. Era aún más emocionante cuando el flechazo iba más allá de la oficina. Cuando Brendan le enviaba un mensaje de texto con un chiste interno un viernes por la noche, dice Derek, «me daba un vuelco el corazón».
Para los que han alcanzado la mayoría de edad en internet, la intimidad casual puede desarrollarse con la misma facilidad en Slack que en el refrigerador de agua. Manny, el investigador de mercado, dice que los mensajes de texto parecen una forma natural de establecer un vínculo con alguien a lo largo del tiempo. «Es un flechazo basado en la personalidad, no en atracción a primera vista», afirma.
Además, chatear es más discreto; en el refrigerador de agua, todo el mundo puede ver cómo flirteas. Aunque Derek y Brendan trabajaban en la misma oficina, sus afectos se desarrollaban a distancia. «La única vez que sentí que podíamos volver a ser como antes, en persona, fue cuando yo estaba en su despacho y la puerta estaba cerrada», dice Derek. «Lo cual suena sospechoso, ahora que lo digo en voz alta».
Cuando Karis dijo a sus compañeros a qué bufete se dirigía, le preguntaron en qué demonios estaba pensando. Era un gran paso atrás, todos lo veían menos ella. Hasta su primer día.
Su antigua oficina tenía sofás de cuero de color crema, techos abovedados y una cocina atendida por chefs de talla mundial. Su nueva oficina tenía alfombras naranjas sucias, luces fluorescentes y un «siempre presente bote de mayonesa de tamaño industrial en la nevera». El trabajo era aburridísimo, así que su relación con Stefan se volvió aún más absorbente. Antes, dice, tenía «un papel y una identidad, y un trabajo del que podía sentirme orgullosa». Ahora estaba en «este lugar de la nada, y él era lo único que me emocionaba».
Karis seguía enamorada de su marido, pero él era músico, estaba de gira y se veían poco. Stefan también estaba casado y se quejaba mucho de su mujer a Karis. Eso la incomodaba profundamente, asegura, aunque explica que a la vez se sentía seducida. En el trabajo, él se sentaba en su visión periférica. «Nunca le miraba», dice, «pero era muy buena dándome cuenta de si su cuerpo estaba inclinado hacia mí de alguna manera». La invitaba a cenar y la animaba a llevar a sus amigas, en su mayoría mujeres de su edad, que no entendían el atractivo que ella le veía. No sabían por qué, pero no les gustaba cómo le hablaba.
Mirando hacia atrás, Karis puede ver más claramente lo que ellas vieron. Los halagos de Stefan ahora le parecen excesivos —hablaba largo y tendido sobre lo estupenda que era— y su humor parecía agriarse cuando ella destacaba en un trabajo en el que él no estaba involucrado, lo que la hacía sentirse «como la propiedad de alguien». Y la forma en que copiaba sus intereses le parecía extrañamente violenta, como si «estuviera quedándose con cualidades suyas». Una vez, después de invitarle a cenar, le sorprendió mirando su estantería; durante meses, se dio cuenta de que empezó a mencionar los títulos en conversaciones informales. Decía algo al azar que coincidía exactamente con lo que ella pensaba para darse cuenta más tarde de que ella lo había tuiteado meses antes. «Me sentí un poco acosada, pero también halagada», dice. «Fue una sensación realmente asquerosa y confusa».
La obsesión se filtró en cada parte de su vida y la atormentó con culpa. Sentía que su mente ya no era suya y no sabía por qué. La falta de rumbo —no tenía intención de dejar a su marido, ni siquiera de tener una aventura— la desorientaba aún más. «Me despertaba en mitad de la noche y me echaba a llorar en el sofá», cuenta. «Me estaba derrumbando por dentro. Tenía tendencias suicidas».
Todo esto ocurría en pleno auge del movimiento #MeToo. Cuando surgieron acusaciones de que otro alto cargo del personal tocaba a mujeres de forma inapropiada, Stefan volvió a presionar para que se investigara. Karis agradeció la medida, pero se pregunta si ser el «chico bueno» en casos manifiestos de acoso permitió a Stefan «no tener que examinar su propio comportamiento».
En los inicios del #MeToo, los conservadores advirtieron sobre la caza de brujas y las medidas draconianas de Recuros Humanos contra los flirteos inocentes. Algunos trabajadores, probablemente la mayoría hombres, se preguntaban si el romance de oficina había muerto. «El movimiento #MeToo acaba de ‘hormigonar’ el techo de cristal», escribió un encuestado en 2018, en una encuesta sobre el romance en la oficina. «Ni siquiera quiero estar en la misma habitación a solas con el sexo opuesto». Pero según la encuesta sobre flechazos en el lugar de trabajo de la Society for Human Resource Management en 2019, solo el 17% de los que dijeron que se habían abstenido de tener citas en el trabajo lo hicieron por preocupaciones sobre el acoso. «No creo que ninguno de los principios fundamentales del MeToo fuera sobre: ¿Debería poder salir con alguien en el trabajo?», dice Johnny C. Taylor Jr, CEO de la organización.
El movimiento MeToo impulsó algunos cambios estructurales muy necesarios con el objetivo declarado de proteger a los trabajadores. Pero las relaciones humanas son complejas, y la agresión no siempre es tan obvia como una caricia no deseada.
«Lo he revivido en mi cabeza tantas veces», dice Karis. «Nunca podría presentarle una queja, aunque creo que se ha pasado de la raya muchas veces. ¿Qué podría decir? ‘Me mira’. ‘Crea intimidad emocional’. ¿Lo estoy haciendo yo también? Seguro que sí».
Un año después de su viaje de trabajo a Singapur, Derek dejó su trabajo de asistente jurídico. Para entonces había roto con su novio, y su enamoramiento de Brendan era «más o menos» la razón. «Me di cuenta de lo que podía ser una relación y del tipo de relación que quería con mi pareja», dice. Como la mayoría de sus amigos, conoció a su actual pareja en una app de citas. Pero cree que la oficina es a veces una forma más íntima de conocer a alguien que, por ejemplo, un bar, a pesar de (o debido a) el hecho de que no está pensada para ser íntima en absoluto.
«Creo que, por extraño que parezca, el trabajo sería casi la forma más fácil de que eso se desarrolle de forma más natural, en comparación con otros entornos sociales en los que estás», dice. «Hay diversión en ese amor no correspondido, o en saber que no puede suceder: hace que ambos se sientan más cómodos para inclinarse hacia ciertas emociones contra las que creo que normalmente me habría sentido más protegido».
El hecho de que la mayoría de los crushes en el trabajo nunca lleguen a consumar una relación no los hace menos poderosos. «Yo llamo a los crushes la formación de tu corazón», dice Rengarajan. «No se trata de encontrar una relación en el trabajo. Se trata de que a veces estar en el trabajo puede modelarte o exponerte a los atributos y características que querrías en una relación». Cuando pregunta a la gente qué determina sus atracciones, descubre que no se trata sólo de antiguas parejas románticas, sino de personas que simplemente les gustaron. «Hablan del chico que empaquetaba la compra en su mercado local», dice. «No llegaron a salir con él. Pero algo les dejó huella».
Los crushes se consideran a menudo una actitud juvenil, una forma de imaginar relaciones antes de saber cómo construirlas. Pero siempre estamos aprendiendo a construir relaciones. Pasamos de un trabajo a otro, nos mudamos de ciudad, rompemos con nuestras parejas y hacemos nuevos amigos. «Los enamoramientos ofrecen un poder singular para hacer concesiones a la aterradora idea de que las cosas cambian, y eso es lo que hace que la falta de correspondencia merezca la pena», escribe Tiana Reid, profesora adjunta de Inglés en la Universidad de York. «Al final, lo único que queremos es vivir la experiencia de enamorarnos».
Karis estuvo enamorada de su jefe durante cinco años. Al principio hizo que el trabajo fuera estimulante, luego lo hizo soportable, y la vida insoportable. Terminó abruptamente cuando Stefan renunció para irse a otra empresa. En su ausencia, «las manchas en la alfombra se hicieron muy evidentes», dice. Al cabo de un par de meses, ella también se había marchado. Fuera del mundo suspendido de la oficina, empezó a verle bajo una nueva luz, y descubrió que su aspecto era muy distinto al de la figura que se había construido de él.
Poco a poco, recuperó su carrera y dedicó más tiempo a su matrimonio, que dice ser más fuerte que nunca. Enamoradiza en serie confesa, sigue reconociendo que tiene crushes en el trabajo: el año pasado contó «un sólido ocho». El trabajo es más estresante, menos emocionante y menos humano sin uno. «La mayoría de las veces es una distracción agradable que no interfiere en mi vida romántica, como un hobby o algo así», dice. «Tiene mucho que ver con la imaginación».
En mi profesión, trabajo con mucha gente a la que nunca he conocido en persona, o con la que ni siquiera he hablado cara a cara. Y, sin embargo, mis relaciones de trabajo pueden ser extrañamente íntimas. Como editora, intentas captar la forma de los pensamientos de alguien; como escritora, a menudo expones tus pensamientos a tu editora de maneras que ni siquiera tus amigos verán nunca. Cuando el trabajo va bien, vuestra atracción mutua es mayor, y se puede sentir un ardor, una sensación de potencial y de confianza, que supera vuestra relación real, que consiste principalmente en intercambiar correos electrónicos. A ese exceso se le puede llamar crush. Nunca se desvanece del todo. Es la parte del trabajo que me hace sentir más humana.
Los crushes suelen ser más memorables por todo lo que no son. Derek admite que, en el «fondo de su corazón», esperaba que surgiera algo físico entre él y Brendan. Pero se alegra de que no fuera así. Su vínculo con Brendan era único, producto de circunstancias que nunca —»cruzo los dedos, toco madera»—se reproducirán: espera no tener que trabajar nunca más 100 horas semanales.
Cuando Brendan se comprometió, sus amigos enviaron a Derek sus condolencias. Él les dio las gracias, pero les aseguró que no estaba triste. «Pero pienso en ese último abrazo en Singapur todo el tiempo», me dice Derek. «Y simplemente, nadie se abraza durante un minuto. Lo siento, pero eso no pasa».
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